Juan Nicolás Guerrero Linares*
El cine colombiano se diferencia por exhibir los valores y características de una cultura jovial y diversa. Familia, naturaleza, platos tradicionales, música típica de las regiones, municipios o pueblos, son elementos que normalmente se encuentran en la mayoría de sus producciones cinematográficas. Un claro ejemplo de una de estas producciones son los documentales etnográficos, en donde participan como protagonistas la naturaleza de una región específica y sus habitantes para muchas veces darnos a conocer la conexión que ambos poseen. De hecho, es poco común que las historias que se nos cuentan en estos documentales nos otorgue libertad para interpretar el mensaje del director, ya que a fin de cuentas son documentales ¿No?
Su propósito es, normalmente, darnos a conocer lo que hay delante de las cámaras: tradiciones, maravillas de la fauna y la flora, alimentos típicos. No obstante, en el filme que el director David Aguilera Cogollo nos presenta, de la mano de la productora barranquillera Trópico Atómico Films, se nos muestra un estilo inusual donde las imágenes capturadas desafían a nuestro intelecto para cuestionarnos sobre aquello que realmente estamos observando: La historia de un viejo brujo o una narrativa audiovisual que relega por momentos el papel cultural comúnmente abordada, para centrarse en la conexión de la naturaleza con la historia de una persona injustamente marginada por una sociedad que ha olvidado parte de las raíces de sus orígenes.
David Aguilera Cogollo. (2025). Positivo Negativo. Trópico Atómico Films.
Positivo Negativo, según como lo presenta su casa productora, es un documental etnográfico de una duración de 78 minutos ambientado en una comunidad de Nariño a orillas del río Sinú; allí se nos cuenta la vida de Ángel, un integrante de un pueblo de quien se rumorea que se encuentra involucrado en rituales “mágicos” y “brujería”. Actividades que llevan al viejo a buscar refugio en los rituales cristianos para apaciguar la ansiedad que le causa. Por el contrario, desde el punto de vista de este locuaz narrador, esta película una experiencia auditiva y visual que por momentos deja en un segundo plano los diálogos, y todos los elementos tradicionales que comúnmente se muestran en el cine colombiano, para permitirnos disfrutar de escenografías naturales oriundas del Nariño.
Es así como en una primera instancia, vemos planos enteros donde se aprecian la combinación de los colores del Nariño con cielos grises y paisajes repletos de plantas que varían entre matices de verdes y cafés. Planos medios, para introducir al protagonista rodeado, como ya se lo imaginaran, de elementos como: el rio, en donde las acciones de los personajes, el inexistente movimiento de la cámara y los sonidos de distintas aves e insectos generan una inmersión sutil, pero a la vez plena. Las sombras, los atardeceres y el juego con la luz del sol, que junto al personaje de Ángel, terminan generando una atmósfera enigmática por medio de elementos completamente naturales. Planos de detalle y primeros planos, que no abandonan completamente el ecosistema caribeño, pero que se enfocan principalmente en la tarea de decodificar los sentimientos de los personajes mediante expresiones corporales, faciales o simplemente diálogos que van desde canciones rituales hasta el rompimiento del género narrativo y de la cuarta pared para introducir críticas sobre el enfoque del mismísimo documental.
Por otra parte, teniendo en cuenta la forma como se desarrolló la historia, se puede observar que el supuesto viejo “brujo” parece únicamente un miembro incomprendido de una comunidad que desafortunadamente es segada no solo por las narrativas clásicas de la mayoría de los documentales colombianos sino también por sus propias costumbres: sepultado así parte de los ritos tradicionales que dieron origen a las anteriores. Una comunidad que abiertamente margina las experiencias estéticas de alguien que al verse abandonado en sus creencias termina de cierta forma aceptando aquellas afirmaciones en donde se le llega a acusar de charlatán o vago. Tales perspectivas las podemos observar en diálogos como:
Ah, David, ¿y cómo te fue con el viejo este, Ángel?
Está tan fregado que se deje meter cuento del man, disque brujo.
[…] un man que no le gusta hacer nada. Se la pasa fumando tabaco tildándosela de brujo.
[…]Tanta vaina bonita que hay aquí pa’ grabar y vienes tú a grabar al viejo loco ese.
El otro día yo le decía eso a Pedro: Oye, ¿Cómo ves tú al Davi?
No joda, grabando al loquito ese.
Tanta cosa bonita que hay aquí en Nariño, las carreras de caballos.
En definitiva, Positivo Negativo es un documental bastante distinto a lo que estamos acostumbrados a ver porque logra conectar al hombre delante de la cámara y a aquellos que miramos detrás de los ojos de David Aguilera Cogollo con la naturaleza y costumbres tradicionales caracterizadas principalmente por la experiencia estética que podemos experimentar a través de los diferentes colores, sonidos, estímulos presentes en Colombia. Una experiencia que ya no valoramos como lo hacían nuestros antepasados porque pareciera que deseamos olvidar por medio de actos como: poner en un pedestal las costumbres derivas de este antiguas tradiciones tildando a aquellos que todavía intentan practicar de locos y marginándolos de la sociedad.
Juan Nicolás Guerrero Linares*
Estudiante de Finanzas
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea), enero de 2025 No. 33