Sarita Rodríguez Bordamalo*
Esta ponencia1 es el resultado de una investigación en proceso que busca desarrollar bases sólidas para un proyecto basado en la inclusión a partir de la diversidad, tal como lo establecen las políticas internacionales, buscando cumplir y garantizar el acceso a todas las personas a la educación, desde la condición de ser humano, abarcando de este modo el concepto de inclusión, alteridad, ética y socio afectividad.
¿Cómo podemos hablar de inclusión, sin hablar de ética? ¿Cómo podemos cambiar un sistema sin estar formados y preparados para ello? Según el Ministerio de Educación Nacional (MEN), la escuela del hoy enfrenta entre muchos desafíos, el reto de incluir a todos en un sistema educativo que busca romper las barreras de aislamiento y segregación, que clasifica a los estudiantes en un grupo normal y otro especial.
Para ello, surge el término de educación inclusiva, con la propuesta de una transición de un modelo de integración a otro de inclusión, en el que la escuela debe transformar sus políticas, su gestión escolar y su propuesta curricular, para lograr el cumplimiento de las expectativas y necesidades de la sociedad.
De esta forma el MEN, asume la inclusión no solo desde el ámbito político o sistemático, sino desde una concepción ética que permite considerar la inclusión como un asunto de derechos y de valores, a partir del cual todo ser humano sin importar su condición puede aprender, siempre y cuando su entorno educativo le ofrezca las condiciones necesarias y provea experiencias de aprendizaje significativas.
Así mismo, se entiende que para lograrlo debe abrirse el camino a una educación que reconozca diversos estilos de aprendizaje y capacidades o habilidades en cada estudiante, con el fin de facilitar el acceso al conocimiento, a través de un programa que piensa en una sociedad más democrática, tolerante y respetuosa de las diferencias, abarcando una preocupación universal de la educación.
De acuerdo con lo anterior, esta perspectiva se enfoca -en pocas palabras-, en incluir a poblaciones vulnerables o con discapacidad en el sistema educativo, entendiendo como población con discapacidad, tal como lo afirma el MEN, a los estudiantes que presentan discapacidad cognitiva, síndrome de Down y otros retardos como autismo, limitación auditiva por sordera o por baja audición, limitación visual por ceguera o por baja visión, discapacidad motora por parálisis cerebral u otra lesión neuromuscular y discapacidades múltiples, como ocurre con los sordo-ciegos (Ministerio de Educación Nacional, 2007).
¿Cómo podemos hablar de inclusión cuando seguimos clasificando a la población de acuerdo a sus limitaciones? ¿Cómo se puede hablar de una educación de inclusión, cuando esta se enfoca en una población en específico? ¿Acaso no necesitamos todos ser incluidos?
Desde la perspectiva ética, cada ser humano al nacer recibe un valor inconmensurable denominado dignidad, este valor hace parte de todos sin exclusión alguna y es el fundamento indiscutible de los derechos humanos. Bajo esta medida MacIntyre2, asume la ética como el puente entre el hombre ineducado o el hombre tal como es, es decir, lo que actualmente somos y el hombre al alcanzar su realización personal, de tal forma que la ética constituye ese lugar donde el hombre toma conciencia de una perfección que no posee y la que desea y anhela conquistar.
Ahora bien, si se considera la inclusión como un asunto de derechos y valores, que se debe asumir no solo desde el ámbito político o sistemático, sino desde una perspectiva ética que se fundamenta en la dignidad, la cual es el valor de cada ser humano, siendo esta totalmente inconmensurable, ¿No deberíamos hablar de inclusión a partir de esta premisa?
Etiquetas como “inválido”, “tullido”, “retrasado” significan todas ellas, una pérdida funcional como una carencia de valor, hacen que una persona que posee una limitación o condición diversa, ya sea genética, cognitiva o emocional, sea clasificado en una población vulnerable o especial (López, 2016). Si bien es cierto que estas condiciones requieren de nuevas estrategias de trabajo, no deberían significar un acto de menosprecio en la sociedad, ya que, al hablar de educación inclusiva, esta no se debería enfocar a una población en específico, sino de todos, puesto que somos todos los que, desde la alteridad y nuestra condición de ser, poseemos características especiales, que requieren ser aceptadas e incluidas en la sociedad, la escuela y la familia, como corresponsables del proceso de aprendizaje.
Desde la mirada de Patricia Brogna (2006) la discapacidad no es una condición a curar a completar o reparar: es una construcción relacional entre la sociedad y un sujeto (individual o colectivo). La discapacidad toma cuerpo en un espacio situacional, dinámico e interactivo entre alguien con cierta particularidad y la comunidad que lo rodea.
Por lo tanto, si asumimos que todos tenemos el mismo valor por nuestra condición humana del mismo modo somos todos diferentes, bien sea en la manera de relacionarnos con el mundo al igual que en la forma como aprendemos y comprendemos que poseemos condiciones especiales que se adaptan de manera diferente al proceso de enseñanza y aprendizaje, entonces la inclusión debería ser tomada desde la diversidad y no la discapacidad.
Si hablamos de inclusión en la educación, se hace necesario aclarar la palabra y su origen., Para ello, es importante definir de dónde proviene este término. Etimológicamente la palabra inclusión proviene del latín “inclusĭonis” y alude tanto a la acción como al efecto del verbo incluir, que a su vez procede del latín “includĕre”, vocablo integrado por el prefijo “in” que puede traducirse como “en” y por “claudere” con el significado de “cerrar”, la inclusión designa a aquello que procede a encerrar algo dentro de otra cosa material o inmaterial, y al resultado de esa acción.
Desde el campo de la Matemática, y más precisamente en la teoría de conjuntos, la inclusión es una vinculación entre dos o más conjuntos. Si llamamos a uno de estos conjuntos A, y al otro B, diremos que A está incluido en B, si todos sus elementos además de pertenecer a su conjunto también le pertenecen a B. Sin embargo pertenencia e inclusión no son sinónimos, pues la pertenencia vincula a cada elemento con el conjunto que lo contiene, y la inclusión se relaciona a todo un conjunto que está contenido en otro conjunto.
Del mismo modo si vamos a hablar de inclusión en la educación, se hace necesario conceptualizar la inclusión educativa. Según los autores Booth y Ainscow (2002) es un conjunto de procesos orientados a eliminar o minimizar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación de todos los estudiantes. Sus dimensiones incorporan la cultura, política y práctica.
Dentro de la cultura se plantea una comunidad escolar con valores y creencias compartidos y orientados a que todos aprendan, implicando a la escuela en su conjunto; estudiantes, miembros del consejo escolar y familias. En esta misma medida, la política, por su parte apunta a focalizar a la inclusión como centro de desarrollo de la escuela y constituyen un único marco que orienta los distintos apoyos para responder a la diversidad. Así mismo, las Prácticas aseguran que las actividades escolares favorecen la participación de todos evidenciando en coherencia la cultura a la que pertenecen y la política orientadora que poseen (Booth & Ainscow, 2011, s.p.).
Por otro lado la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) ha reconocido la importancia de una educación inclusiva, como resultado de las necesidades del sistema educativo actual y la abarca desde la siguiente perspectiva:
La educación inclusiva puede ser concebida como un proceso que permite abordar y responder a la diversidad de las necesidades de todos los educandos a través de una mayor participación en el aprendizaje, las actividades culturales y comunitarias y reducir la exclusión dentro y fuera del sistema educativo. Lo anterior implica cambios y modificaciones de contenidos, enfoques, estructuras y estrategias basados en una visión común que abarca a todos los niños en edad escolar y la convicción de que es responsabilidad del sistema educativo regular educar a todos los niños y niñas. El objetivo de la inclusión es brindar respuestas apropiadas al amplio espectro de necesidades de aprendizaje tanto en entornos formales como no formales de la educación. La educación inclusiva, más que un tema marginal que trata sobre cómo integrar a ciertos estudiantes a la enseñanza convencional, representa una perspectiva que debe servir para analizar cómo transformar los sistemas educativos y otros entornos de aprendizaje, con el fin de responder a la diversidad de los estudiantes. El propósito de la educación inclusiva es permitir que los maestros y estudiantes se sientan cómodos ante la diversidad y la perciban no como un problema, sino como un desafío y una oportunidad para enriquecer las formas de enseñar y aprender (UNESCO, 2005, pág. 14.)
Lo anterior implica, atender el concepto de inclusión desde la diversidad y no la discapacidad, de tal forma que el PEI, el currículo y la formación docente se enfoque en asumir la educación inclusiva como la posibilidad de acoger en la institución educativa a todos los estudiantes, independientemente de sus características personales o culturales. Parte de la premisa según la cual todos pueden aprender, siempre y cuando su entorno educativo ofrezca condiciones y provea experiencias de aprendizaje significativas; en otras palabras, que todos los niños y niñas de una comunidad determinada puedan estudiar juntos.
De allí la importancia de preguntarnos ¿Qué ha sucedido con los acuerdos y pactos de la OCDE? ¿Cuáles son las políticas educativas que rigen nuestro país y bajo qué perspectiva se toma la inclusión? ¿Desde dónde se debe abarcar el cambio?.
Notas:
1. Ponencia presentada en el IV Congreso Interinstitucional de Estudiantes de Humanidades. Bogotá, abril 8 al 12 de 2019. Instituciones aliadas: Universidad Santo Tomás, Universidad Militar Nueva Granada, Universidad Católica de Colombia y Fundación Universitaria Los Libertadores.
2. MacIntyre, Alasdair (12 Enero 1929) filósofo principalmente conocido por sus contribuciones a la filosofía moral y a la filosofía política, pero también por sus obras sobre historia de la filosofía y teología.
Bibliografía
Booth, T. &. (2002). Developing leaning and participation in schools. Consorcio universitario para la Educación Inclusiva. Madrid: CSIE.
Brogna, P. (2006). “El nuevo paradigma de la discapacidad y el rol de los profesionales de la rehabilitación”. El cisne. Obtenido de https://www.um.es/discatif/PROYECTO_DISCATIF/Documentos/Brogna_profesionales.pdf
López, E. G. (2016). Una experiencia de aprendizaje servicio. La formación ética y en valores en la universidad y su relación con la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual. Barcelona: Universidad de Barcelona.
Ministerio de Educación Nacional. (2007). Educación para todos. Al Tablero. Obtenido de https://www.mineducacion.gov.co/1621/article-141881.html
UNESCO. (2005). Guidelines for inclusion: Ensuring Access to Education for All Guidelines for inclusion: Ensuring Access to Education for All. Paris: UNESCO.
Sarita Rodríguez Bordamalo*
Estudiante de Licenciatura en Educación Infantil
Fundación Universitaria Los Libertadores
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) abril de 2019 No. 10