Ana María González*
El islam es una religión monoteísta que basa sus enseñanzas y sus leyes en el libro sagrado El Corán. Cuenta con aproximadamente 1,322 millones de seguidores en los territorios de Oriente Medio, en países como Egipto, Túnez, Líbano, Siria, Turquía, Marruecos, Arabia Saudita, entre otros. Esta religión declara que existe un solo dios llamado Alá, al que sus creyentes le deben devoción, obediencia y sumisión, por este motivo, a los seguidores del islam se les conoce como musulmanes, es decir, “que se someten”.
De hecho, una nación islámica debe caracterizarse por el cumplimiento estricto de la ley de Alá, contenida en el Corán, que a su vez fundamenta el sistema político. Quien no legisle a partir de esta ley divina y quien se oponga a ella, será considerado como un impío o infiel. El elemento de autoridad dentro de la cultura islámica establece normas rígidas de conducta y desenvolvimiento social y cultural de los fieles en la vida pública y privada. Aspectos económicos como la herencia; sociales como el matrimonio; laborales como el derecho al trabajo; culturales como el uso del hiyab; políticos como la participación democrática, así como el dominio del cuerpo (mutilación femenina) y la sexualidad, son configurados de acuerdo a los preceptos religiosos tradicionales que, en la mayoría de casos, son incuestionables.
Este sistema biopolítico ha sido duramente criticado por ir en contra de los derechos humanos y los principios de la libertad individual. Un factor detonante para la crítica de la ley islámica ha sido el tratamiento que le da a la mujer. Los medios occidentales presentan una cantidad de imágenes negativas sobre el papel de la mujer dentro de esta cultura, afirmando así que el género femenino ha sido discriminado sistemáticamente a través de la historia por los preceptos religiosos del islam, teniendo en cuenta que el Corán fue interpretado durante mucho tiempo desde una mirada masculina, que es la figura de autoridad dentro del Islam. De ahí que, se haya configurado un imaginario global negativo sobre el papel de la mujer en la sociedad islámica. Sin embargo, la heterogeneidad del islam, es decir, las diversas condiciones sociales, políticas, económicas e históricas de cada país en donde se practica el islam, hacen que sea difícil hablar de manera general sobre un “papel” único de las mujeres dentro de dicha sociedad. Además, la aparición en el siglo veinte de mujeres que no se ajustan a los imaginarios occidentales de la mujer islámica como mujer sumisa y vulnerable que nos muestran los medios de comunicación, hace que sea más difícil dilucidar si los estereotipos occidentales de la mujer islámica son mitos o hacen parte de la estructuración real de dicha cultura.
Por este motivo en este artículo intentaremos resolver cuáles son los mitos occidentales acerca de la forma de vida de la mujer en el islam en torno a la igualdad de derechos, la participación en política, el matrimonio, el uso del velo “hiyab” y la mutilación femenina y si corresponden o no con la realidad la mujer islámica en su heterogeneidad de condiciones y contextos socio-políticos y culturales.
1. La igualdad.
Según Natalia Dawich (musulmana practicante) en una entrevista publicada en el medio comunicación virtual Swissinfo.ch, (Bondolfi, 2016) en el islam hay unanimidad de opinión en el asunto de que “hombres y mujeres tienen el mismo valor, pero no son iguales”. Las tareas que se le atribuyen a la mujer, desde la doctrina sagrada, son muy distintas. Ésta debe encargarse ante todo de atender el hogar, mientras que el hombre, como cabeza de familia, de proporcionar el sustento diario. A su vez, la principal función de la mujer es contribuir al éxito del matrimonio; obedecer al marido, y no provocarle ningún tipo de ira ni angustia:
(…) Las esposas tienen tanto de derechos como de obligaciones, dentro de lo que acepta la legislación, y los hombres poseen el grado de protección y resguardo sobre las mujeres, la vida matrimonial y el cuidado de los hijos. Sabed que Dios está por sobre Sus siervos y ordena y legisla para los mismos lo que es acorde con la sapiencia. (Sura N°2 – La vaca (Al-Baqarah), versículo 228, interpretada por el Azhar-Consejo Islamico superior de Egipto).
El rol de la mujer en el islam, según el diario español El País (Tamayo, 2009) está determinado por los restos de una cultura patriarcal que defiende la superioridad del hombre sobre la mujer y la vincula con actitudes de sumisión y pasividad. Según el Corán, la rebeldía de la mujer frente a la autoridad de los hombres debe ser castigada:
“Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de las preferencias que Dios ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan. Las mujeres virtuosas son devotas (…) ¡Amonestad a aquellas que temáis que se rebelen, dejadles solas en el hecho, pegadles! (Sura 4, Aleya 34).
Según el diario estadounidense Open Global Rights (Medina, 2014) la Declaración del Cairo sobre derechos humanos (1990) declara que “la mujer es igual al hombre en dignidad humana”. Sin embargo, en algunas zonas donde la interpretación del Corán es estricta, y no se reconoce la ley internacional de los derechos humanos, las mujeres son más vulnerables(Medina, 2014).
A pesar de esto, según los seguidores y defensores del Islam, el problema de la desigualdad y los derechos humanos en el medio oriente no es un problema representativo, sino que más bien es otro estereotipo que ha generado la cultura occidental para intervenir sobre las prácticas y forma de vida de los musulmanes. Por el contrario, afirman que la situación de la mujer en el mundo árabe ha cambiado para bien, desde la llegada del profeta Muhammad, pues antes de la instauración de la doctrina sagrada, la mujer era vista como un ser dependiente del hombre: no tenía derecho a la libertad económica, propiedad o herencia.
Según la U.M.M.A (Khamenei, 2012), la religión islámica reivindicó el papel de la mujer árabe, la igualdad de derechos y de obligaciones. Pues mientras que, en Europa, antes de la influencia del islam, las mujeres no podían disfrutar del derecho a la propiedad, en la escritura se estableció este derecho:
“No codiciéis aquello por lo que Allah ha preferido a unos de vosotros más que a otros. Los hombres tendrán parte según sus méritos y las mujeres también”.
Pero no sólo esto, el derecho de las mujeres a la herencia es, según esta perspectiva, otro de los logros de la religión, y aunque es claro que el hombre hereda el doble de la mujer, también lo es el hecho de que el hombre debe sustentar a su esposa y a sus hijos, mientras que los bienes de las mujeres les pertenecen únicamente a ellas, quienes no deben sustentar a nadie (Moualhi, 2000).
Sin embargo, algunas musulmanas como la iraní Shirín Ebadi, premio nobel de paz, afirman que la discriminación de las mujeres en materia de derechos humanos proviene de una interpretación errónea que han hecho los varones del libro sagrado. Por lo que es importante llevar a cabo una re-interpretación del libro sagrado que contextualice sus preceptos a las exigencias de nuestra época en materia de libertades individuales y derechos humanos modernos (Moualhi, 2000).
2. Participación en política.
El 16 de octubre del año 2016, en la revista de opinión El Medio, vio la luz un artículo titulado “Las palestinas invisibles”, en el que se hacía una denuncia por la negligencia de los organismos electorales palestinos que omitieron los nombres y las fotos de las candidatas a las elecciones palestinas. El periodista Jaled Abu Toameh afirma que
“la decisión de ocultar los nombres y las fotos de las candidatas se produce en el contexto de una creciente islamización de la sociedad palestina, ya de por sí muy conservadora (…) Además, los nombres y las fotos de las candidatas ya habían sido omitidas en otras ocasiones. Por ejemplo, en las últimas elecciones municipales, celebradas en 2012, sólo en la margen occidental -después de que Hamás decidiera boicotear los comicios-, los nombres y fotos de las candidatas fueron sustituidos con imágenes de rosas o palomas” (Toameh, 2016).
A su vez, el documento oficial del seminario internacional “Participación de la mujer en los países de tradición islámica” (Sauquillo, 2007) afirma que según la UNICEF, Arabia y África son las dos regiones del mundo donde las mujeres sufren más discriminación en el ejercicio de sus derechos civiles y políticos. Este es un fenómeno preocupante, pues nos muestra que el machismo y la misoginia dentro las sociedades patriarcales islámicas siguen persistiendo, a pesar de que muchos defensores del islam afirman que esto no tiene que ver directamente con los preceptos religiosos, sino más bien con el orden cultural y social de estos países, ya de por sí construido sobre valores heteropatriarcales.
Por este motivo, es importante señalar que el tema de la participación política de la mujer está mediado no sólo por el aspecto religioso, sino principalmente por las diferencias culturales y sociales de cada país. Es decir, dependiendo de qué tan arraigadas están las viejas tradiciones que propenden por la superioridad moral del hombre sobre la mujer, se mantendrá o no la discriminación en el ámbito de los derechos políticos. Dentro de los países de tradición islámica, el primer país en reconocer el derecho que tenía la mujer a elegir y ser elegida fue Líbano en 1952. Luego, otros países árabes se fueron uniendo a esta iniciativa(Sauquillo, 2007).
Por su parte, los países del golfo son los que más representatividad política de mujeres tienen. Países como Marruecos han introducido reformas en su legislación para incentivar la participación política de las mujeres. (Sauquillo, 2007) Por lo que se percibe un avance en materia de derechos políticos y constitucionales, cuyo fin es lograr la instauración de una democracia participativa estable y duradera que incluya todos los sectores de la población.
Ahora bien, en países como Túnez, la lucha por el derecho al voto se dio paralela a la lucha por la independencia. En el año de 1956, la asamblea nacional constituyente de ese país estipuló que sólo los hombres tenían derecho al voto. A lo que las representantes de la Unión de Mujeres Tunecinas de la época, respondieron que se debía redactar una nueva constitución que les garantizara a las mujeres la plenitud de sus derechos. (Sauquillo, 2007).
Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer en la lucha de la mujer por la obtención de sus derechos políticos. La participación política de mujeres en países como Arabia Saudita y Yemen es la más baja y, por tanto, preocupante (Villanueva, 2016 ). Esto debido a factores como las normas de género, las prácticas sociales, las brechas socio-económicas y educativas de las mujeres, entre otros. Según Villanueva, “la educación es parte crucial de la construcción del sujeto político femenino, ya que la misma le abre puertas hacia un nuevo camino”.
Yemen sufre obstáculos a nivel financiero y cultural, mientras que Arabia Saudita sigue sujeta a las normas tradicionales de conducta que dicta el Corán: todas las decisiones importantes dentro de las universidades e incluso dentro de la esfera pública son tomadas por hombres. De igual forma, las mujeres siguen asistiendo a escuelas o universidades segregadas. Por lo que es manifiesto que la brecha de género en cuanto a la participación democrática es proporcional a la calidad educativa y la flexibilidad de las tradiciones religiosas.
Otro aspecto importante es si efectivamente las mujeres que llegan a cargos de representación política, representan los intereses de las minorías discriminadas en cada uno de estos países. Según Rabiaa Najlaui (Najlaui, 2014) en Kawait muchas mujeres se sintieron decepcionadas por que las parlamentarias escogidas no cumplieron las expectativas en materia de defensa de la lucha por los derechos a la mujer.
3. Poligamia.
La poligamia en el mundo árabe era una práctica social que se practicaba como respuesta a las crisis y guerras en la antigüedad, puesto que era común que un hombre ya casado se casara de nuevo con mujeres viudas. Según Olaya Fernández, la poligamia es un aspecto que pone a las mujeres en situación de desventaja, pues el Corán permite que el hombre tenga un máximo de cuatro esposas, pero no que una mujer tenga varios esposos. (Fernández, 2011). De esta forma, el término poligamia estaría usado de forma incorrecta, el término adecuado sería entonces poliginia, que significa “Forma de matrimonio polígamo según el cual un hombre puede contraer matrimonio con más de una mujer”.
Sin embargo, la realidad de la poligamia no es tal como la pintan en los países Occidentales, y mucho menos corresponde a los estereotipos sobre el matrimonio árabe. El Corán establece que: “Si teméis no ser justos, casaos con una sola o recurrid a vuestras esclavas. Esto (casarse con una sola mujer) es lo recomendable para evitar cometer alguna injusticia” (Sura 4, Aleya 3). Por lo cual, es evidente que la ley le permite al hombre desposarse con un máximo de cuatro mujeres, siempre y cuando éste no cometa injusticia con ellas. Es decir, mientras pueda mantenerlas a ellas y a sus hijos. El hombre debe practicar el principio de justicia y equidad tanto en lo económico como en lo afectivo dentro de su relación polígama. Por lo que, actualmente, es muy difícil que la mayoría de la población cuente con los recursos económicos para persistir en esta tradición.
La poligamia es legal en casi toda África y el sur de Asia. Pero a pesar de esto, esta tendencia no supera el 5% de los matrimonios dentro del islam, según el analista Blas Moreno (Moreno, 2016). Más del 90% de los matrimonios polígamos son con dos mujeres; tener tres es infrecuente y los hombres que tienen como esposas cuatro mujeres a penas suman el 1% de todos los que practican la poligamia. Esto, sumado a que para que se haga efectivo un matrimonio así, un juez debe comprobar que las dos mujeres saben de la existencia de la otra y consienten que su marido se case por segunda vez (Moreno, 2016).
No obstante, la poligamia ha generado malestares no sólo en Occidente, puesto que se critican las formas en que se justifica la existencia de esta práctica: algunos de los argumentos que aducen los islamistas radicales son absurdos, como el hecho de palntear que existen más mujeres que hombres, o que la mujer tiene menos deseo sexual que los hombres y por ello es necesario mantener este tipo de conducta social.
Ahora bien, es necesario mencionar que muchas mujeres musulmanas están en desacuerdo con esta práctica, al punto de que en Túnez y Turquía se prohibió la poligamia debido a la eficacia de la protesta social. Recordemos que la protesta es un mecanismo que las personas de cualquier comunidad, sea religiosa o no, tienen para mostrar que una parte significativa de la población está en contra de una determinada política o ley. En este caso la poligamia. Entre los casos de feministas islámicas que han protestado en contra de este fenómeno, se encuentra el de la egipcia Malak Hifni Nafsi, quien exigía el fin de la poligamia, de la que ella misma fue víctima (Soage, 2017).
4. Uso del velo.
El uso del velo “hiyab” ha sido uno de los puntos de referencia principal para atacar el islamismo, pues en Occidente es concebido como un instrumento de dominación y discriminación de la mujer. Sin embargo, las razones de las mujeres islámicas para seguir usando el velo, no sólo en espacios religiosos, sino también en la vida pública, son múltiples. Ante todo, muchas feministas árabes que han intentado reivindicar el papel de la mujer dentro de la cultura islámica, afirman que velarse es un acto voluntario acorde con una decisión hecha en libertad. (Meneses, 2010)
Esta postura, muchas veces entra en contradicción con la de las feministas occidentales, para quienes la imagen de una mujer libre y sin ataduras no incluye el uso del hiyab bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, las mujeres islámicas argumentan que el hiyab se usó en el pasado como un instrumento de dominación por aquellos que quería perpetuar un orden social jerárquico patriarcal, y que no tiene nada que ver con lo planteado por Muhammad en el libro sagrado, es decir, con el hecho religioso como tal.
Según los libros sagrados del islam, el velo es un mecanismo de defensa para no confundir a las creyentes con las esclavas: “¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas.” Por tanto, el hiyab, más que un instrumento de dominación, era en los comienzos de la práctica del islam, un símbolo de estatus social.
Hoy en día, muchas mujeres le han dado un cambio de significado al uso del hiyab, portándolo como una protesta en rechazo de la globalización cultural y como signo de rebeldía contra el colonialismo. (Meneses, 2010). Por lo que es falso el estereotipo de que las mujeres que se velan lo hacen por obligación. Organizaciones como Protect hijab defienden la libertad de la mujer para llevar esta prenda y han rechazado las políticas de algunos gobiernos que quieren prohibirla. (Meneses, 2010).
Olaya Fernandez, en su texto Las mujeres en el Islam: una aproximación, afirma que el Corán no prescribe estrictamente el uso del hiyab, por lo que cada país interpreta de qué forma deben vestir sus creyentes. Además, recuerda que las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) recomiendan que las mujeres se cubran la cabeza por respeto a sí mismas y hacía su humanidad (Fernández, 2011).
Los estereotipos occidentales, que condenan el uso del hiyab por ser un instrumento de dominación, no tienen en cuenta las variables anteriormente aducidas, por lo que se quedan con una visión corta de la cultura y el significado de un símbolo que puede trascender el mero significado religioso, para tener significados políticos y culturales mucho más radicales.
Conclusión
A través de este artículo se ha puesto de manifiesto de qué manera muchos de los estereotipos occidentales sobre la mujer islámica están fundados en lo que afirman los medios de comunicación, más no en un conocimiento profundo de la cultura y las tradiciones musulmanas. La intención de cambio y revolución del feminismo occidental muchas veces no es bien visto por la cultura islámica, pues ignora los preceptos y tradiciones religiosas, y obliga a la mujer islámica a separarse de sus creencias y su fe, en la búsqueda del cambio social y político. Por lo cual, sólo en la medida en que la revolución femenina sea hecha por las mismas mujeres musulmanas, quienes conocen su tradición y su cultura más que nadie y por tanto, están en posición de criticarla y reformarla, se abrirá un camino en la mejora de sus condiciones de vida.
Todo lo que se conoce como vulneración de los derechos de la mujer dentro de la religión islámica se debe prácticamente a dos aspectos fundamentales. En primer lugar, el hecho de que aún existen culturas que pese a profesar el Islam no cambiaron sus prácticas tribales o tradicionales, que incluso irían en contradicción a lo enseñado por el profeta Muhammed. Y, en segundo lugar, la mala interpretación o abuso del texto sagrado con fines represivos contra la dignidad de la mujer.
Las malas interpretaciones del libro sagrado, han logrado que el orden cultural, que es patriarcal, se perpetúe sin dejar espacio a la libertad de la mujer, en cuanto ser independiente y sujeto de derechos. La participación en política de las mujeres se ha visto frustrada por esta misma misoginia y machismo, que les impide postularse a cargos de elección popular con su nombre y su apellido, e incluso su foto. De igual forma, la consolidación de un sistema económico y educativo excluyente con las mujeres, que no incentiva su participación democrática, las ha condenado al trabajo doméstico y al cuidado de los hijos como única opción de vida, viéndose segregadas de las escuelas y universidades públicas por su condición de mujeres.
Por otra parte, el uso del Hiyab y la poligamia también han sido temas bastante discutidos por las feministas musulmanas, ya que están en el ojo del huracán, junto con el control de la sexualidad, en cuanto a la critica que realiza Occidente. Sin embargo, muchas usan el hiyab como símbolo de la emancipación del mismo colonialismo occidental y rechazan la práctica de la poligamia por tratar a la mujer como un objeto que brinda prestigio social a los hombres ricos y poderosos. Por lo que los estereotipos occidentales en torno a estas dos prácticas, también están errados al no concebir cambios importantes en los últimos tiempos dentro del código del vestido y la prohibición de la poligamia en muchos países árabes.
Por consiguiente, es importante dejar de promover estereotipos infundados, para acercarnos personalmente a la cultura y a la tradición de las personas, y a sus luchas por realizar un cambio positivo que los lleve a la práctica plena de los derechos humanos, que son inherentes a todo ser humano, sin distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición. Y así, alcanzar la igualdad política, libertad económica y educativa, independencia social, respeto y tolerancia por la diferencia.
Referencias
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Ana María González*
Estudiante de Licenciatura en Filosofía y Lengua Castellana
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2019 No. 11