Nubia Yaneth Gómez Ramírez*
Laura Patricia Moreno Cruz
El diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales hace parte del continuum de la Salud Mental. Hoy en día, un concepto ambiguo y modificado por la progresiva actualización de tecnologías y ‘avances científicos’ para mejorar la calidad de vida del ser humano. A su vez, las nuevas concepciones de salud, van fomentando un cambio social sin precedentes y con elevadas expectativas sobre la intervención y prevención de alteraciones mentales con el uso de fármacos modificadores de la conducta, que cada vez maximizan el boom psicofarmacológico y promueven la medicalización de la normalidad en aras de optimizar y alcanzar estados psíquicos mejorados, que alertan por el incontrolable consumo de psicofármacos desencadenado por el deseo de promover una vida sana, y que a largo plazo provocan efectos adversos e incluso agravan las condiciones psíquicas que se pretendían evitar, convirtiéndolos en víctimas no solo de la medicalización, sino también de la etiqueta social y subjetiva por la condición adquirida. En ese sentido, el presente escrito pretende indagar los conflictos éticos de los profesionales en Salud Mental respecto a la prescripción de los psicofármacos y su relación con la revictimización de las personas diagnosticadas o no con trastornos mentales.
Ahora bien, para alcanzar el propósito planteado, en un primer momento se describe el marco general relacionado con el incremento de las categorías diagnósticas a lo largo de la historia y de manera proporcional con la prescripción de los psicofármacos y la ética clínica, consecuentemente, se abordan algunos conflictos sociales y profesionales que emergen del uso de los psicofármacos y atentan contra la dignidad humana. Posterior a eso, se mencionan algunas críticas éticas vinculadas a la concepción de los cuerpos en la industria farmacéutica para finalmente, enunciar la utilidad de enfoques alternativos que transforman la cosificación del “enfermo mental” y fomentan el cuidado de la persona humana.
Incremento de las categorías diagnósticas en Salud Mental
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (de aquí en adelante DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría, ha desarrollado una amplia serie de ajustes en las categorías diagnósticas desde la primera edición del año 1952 con 106 trastornos registrados, hasta la edición más reciente (DSM-5) con 216 (Sandín, 2014), es decir, que alrededor de 60 años se han descrito 110 trastornos en 817 páginas.
Sumado a esto, se debe considerar la ética clínica, en la cual no sólo interesa la prescripción de un medicamento, sino el beneficio y los posibles riesgos que puede generar en la vida del paciente. Teniendo en cuenta las contraindicaciones del medicamento ordenado, Dörr Zegres (2002) afirma que existen algunos procesos fisiológicos que directa o indirectamente son afectados por el fármaco, de acuerdo a la respuesta inmune de cada paciente, y a su vez, cuando una persona es diagnosticada con alguna alteración mental, frecuentemente son subestimados por el estereotipo de que «su vida deja de ser normal», considerando que si está bajo un tratamiento psicofarmacológico se convierte en «inútil» o «una carga para la familia o personas de su entorno», dejando de lado el corolario de cualquier vida humana como un proyecto a realizar, pese a sus condiciones físicas, psicológicas o sociales. Adicional a esto, en el área organizacional, cuando una persona es diagnosticada con alguna enfermedad mental y tiene que llevar un tratamiento psicofarmacológico, se debe dar aviso y enviar al empleador toda la información respecto al tipo de enfermedad que está sufriendo su trabajador. A partir de ello, se revisa la gravedad del trastorno y la caracterización del tratamiento para asumir diferentes posibilidades donde se aprecia si la persona puede continuar con sus labores o si debe cambiarlas.
Conflictos sociales y profesionales del uso de psicofármacos
Ahora bien, se enfatiza que los conflictos sociales y profesionales pueden estar unidos y/o relacionados en un punto debido a que por falta de intervención médica, y especialmente terapéutica, se toman éste tipo de tratamientos como cosméticos y por la quebrantada regularización de los universal enhancers para usos no terapéuticos (Echarte Alonso, 2009, p.7), se asocia que muchos de los pacientes consumen los medicamentos como si fuera un alimento rutinario y se han vuelto dependientes de dichos medicamentos. Por lo anterior, se define que la dignidad humana estaría siendo vulnerada por la infravaloración de los otros, el abandono y el irrespeto por sí mismo. Por lo que implica la necesidad humana de ser tratados con igualdad y apertura para gozar de sus derechos fundamentales (Lamm, 2017).
También, se debe tener en cuenta que el autoconcepto de una persona recientemente diagnosticada con algún trastorno, se transforma, dado que se deja de percibir de la misma manera y comienzan a emplear una etiqueta que fue dada por un especialista en salud como criterio de identidad, por ejemplo, ya no se presenta sólo con su nombre, sino que agrega a su perfil la denominación de esquizofrénico. En muchos casos se observa que tal etiqueta no solamente es empleada por la persona diagnosticada, sino también por su familia haciendo se justifiquen acciones debido a que la persona sufre una enfermedad mental, y desde la cual es revictimizada y sometida a una serie de soluciones intentadas, que frecuentemente y de manera involuntaria, impiden la movilización y externalización del problema real.
Por tanto, es conveniente aclarar que la revictimización de una persona con un tipo de trastorno identificado, no es bueno debido a que se le da una mayor implicación a la enfermedad haciendo que la persona considere que algo está mal consigo misma, lo cual representa una falta de respeto y falta de empatía, pues no es fácil ningún cambio en su vida cotidiana, y por la revictimización o infantilización, requiere de buenas redes de apoyo y menos señalamientos.
Ética, cuerpo e industria farmacéutica
Ahora bien, de acuerdo a la nueva interpretación de la salud, algunas conductas se han convertido en enfermedad por la psiquiatrización de la condición humana y la mercantilización de la vida, en donde se promueve una mejoría aparente desde el consumo de fármacos que modifican los procesos mentales, e incluso, prometen incrementar su eficacia, y por ende, resarcir la enfermedad. En ese sentido, Pasmanik, Villarroel y Winkler (2018), arguyen que el riesgo de la mercantilización o el tráfico de enfermedades, consiste básicamente en promover la conciencia sobre las enfermedades y la “necesidad” de medicamentos para mejorar las condiciones de salud.
De hecho, el concepto de enfermedad establecido por el modelo médico desde una visión biologicista, da lugar al dilema ético sobre la salud, al fomentar el tratamiento de las alteraciones mentales con fármacos que regulen el funcionamiento del sistema nervioso exclusivamente, sin reconocer las posibles dificultades sociales, culturales o económicas propias de la vida humana que desencadenan el supuesto ‘trastorno mental’ recogido en la clasificación nosológica categorial del DSM antes mencionado, y que podrían ser intervenidos mediante tratamientos alternativos.
Además, el problema radica en el excesivo incremento de las categorías diagnósticas referentes a la enfermedad mental y el sesgo por la hiper prevención apoyado en el uso de dispositivos de biopoder que de manera implícita desarrollan una patologización social y subyugan el valor de la vida humana, principalmente desde la industria farmacéutica y el discurso hegemónico de la maquinaria científico-tecnológica, que se respalda de “la racionalidad biomédica para promover la medicalización de la vida como solución a los impasses subjetivos y sociales” (Vier Machado y Santos Lessa, 2012, p. 742), de manera que, en últimas, “los procesos de medicalización y disciplinamiento materializados específicamente en el devenir de la barbarie a la civilización, se soportan en los conceptos de hegemonía, razón instrumental y poder para mantener el orden” (Míguez Passada, 2011, p. 22).
Por lo anterior, se evidencia la cosificación de la enfermedad mental mediante las estrategias del marketing gris y el conflicto de intereses entre la industria farmacológica moderna y los profesionales de la salud, especialmente psicólogos y psiquiatras, que según Pasmanik, Villarroel y Winkler (2018) representan el mayor número de problemas que superan los límites profesionales asociados a las relaciones con la industria farmacéutica para promover sus ventas, y asimismo como retribución, reciben beneficios económicos o académicos patrocinados por tales industrias, es decir, que mediante la racionalidad del intercambio, se incurre en un conflicto moral al comprometer el bienestar de los pacientes mediante la negociación de su enfermedad, pues al ‘obsequiar’ beneficios tales como becas de apoyo a estudios de posgrado, donación a investigaciones o financiamiento de publicaciones en revistas científicas; el impacto de tales ‘regalos’ repercuten en el juicio profesional y la toma de decisiones, por ejemplo, además de promover la prescripción de psicofármacos a los problemas de salud mental independientemente de la gravedad o tipo de diagnóstico, el sesgo en la selección de artículos a publicar, con el fin de respaldar los fármacos que se intentan vender, es otro de los problemas éticos que emergen de la medicación abusiva con psicofármacos.
En ese sentido, las relaciones comerciales de la industria afectan la autonomía e imparcialidad de los profesionales, al involucrarse en un sistema de hegemonía y disciplinamiento a nivel político, económico y social que para ganar cada vez más promocionan la sobreutilización de los fármacos y la categorización de las enfermedades para que “el paciente desempeñe un rol pasivo y dependiente de un psiquiatra que oficia de experto pseudo endocrinólogo y prescribe el fármaco más idóneo para su trastorno” (Mata Ruiz y Ortiz Lobo, 2003) . De manera que, mediante la reificación de la enfermedad mental surge la sujeción de los cuerpos dóciles y aumenta la demanda de consumo de las tecnologías de poder farmacológico sustentadas en el discurso médico, que según Mata Ruiz y Ortiz Lobo (2003) son empleadas para poder crear "epidemias" de enfermedades ya conocidas a expensas de incorporar al grupo de enfermos a gente sana, a partir de la patologización de fenómenos o conductas propias de la vida humana como el estrés, el aburrimiento y la frustración que se asocian como síntomas del trastorno por déficit de atención e hiperactividad en niños, y por su incidencia, incrementan la tasa de diagnóstico y a su vez, la prescripción del psicofármaco que mayor utilidad les genere, por lo que, se demuestra que primero se vende la enfermedad y luego el fármaco.
Por otro lado, aunque en el siglo XXI son más las controversias que los acuerdos surgidos de este tema, no se intenta negar la efectividad del uso de los psicofármacos en el proceso de rehabilitación, cuando realmente son necesarios, sino que se enmarca la necesidad de articularlos de manera simultánea a abordajes alternativos como la psicoterapia para potenciar sus efectos, y de igual manera, reconocer la naturaleza humana de carácter biopsicosocial para que la solución de los conflictos se construya de manera integral y justa, no sólo desde el eje biológico, que aunque es importante al hablar de salud, no se puede olvidar que un sinnúmero de variables socio-ambientales o contextuales afectan la vida de los sujetos, y por ello, es importante hacer una lectura completa de las condiciones vitales de la persona, antes de atentar contra la dignidad y el bienestar de ese sujeto.
Conclusiones
Por lo anterior y para responder al propósito del presente escrito, se identifica que los aspectos relacionados con los conflictos éticos de los profesionales en Salud Mental radican en la praxis directa con los ‘pacientes’ y en los modos de actuar con los recursos académicos, científicos, políticos y comerciales. Si bien, las categorías diagnósticas formuladas en el DSM orientan sobre algunas conductas que pueden perturbar la calidad de vida de la persona, es necesario que desde la responsabilidad profesional se explique que aquellas categorizaciones no son definitorias, pues los juicios emitidos por un profesional en Salud Mental, tienen gran permeabilidad en el autoconcepto y demás dimensiones del ser humano.
A su vez, es justo aclarar que aunque la prescripción de los fármacos representan una herramienta importante para el tratamiento de las alteraciones mentales, es de cuestionar su implementación respecto a la nueva concepción de la salud, dado que no siempre la naturaleza de un comportamiento requiere de tal intervención farmacológica y puede incurrir en la medicalización de la normalidad que mediante la razón instrumental y la mercantilización de la vida, atentan contra la dignidad humana, especialmente, desde aquellas industrias dirigidas por los discursos hegemónicos de biopoder, que no son más que la oposición al sentido humanístico y sensibilizado de la condición humana, ya que mediante la búsqueda de la patologización social, se reservan de cumplir los principios de beneficencia, autonomía, neutralidad, objetividad y justicia, básicos para la atención de los sujetos vulnerables (ya sea por su condición social, cultural, intelectual o física).
Adicionalmente, debido al juicio normalizador que considera a los medicamentos como la panacea o la salida a la mayoría de los problemas mentales, éstos últimos no son tratados de la manera más oportuna para lograr el bienestar psicosocial de los sujetos, pues no son evaluados en su integridad. Por lo general, los tratamientos basados en la prescripción de medicamentos, intentan mostrar que el problema podría tener una mejoría si se da un consumo disciplinado, pero no es suficiente, puesto que las personas podrían volverse dependientes exclusivamente del fármaco si no hay una intervención complementaria desde enfoques de psicoterapia alternativa que comprendan y aborden las diversas dimensiones del sufrimiento humano y movilicen el problema. De allí que la revictimización de los sujetos tiene su raíz en la forma en que son acompañados y valorados tanto en el ámbito clínico como en el ámbito social próximo, especialmente porque podrían volverse más vulnerables a las críticas u opiniones que tienen los otros respecto a su ‘condición mental’, además de ser blanco de etiquetas como «esa persona es depresiva tienes que estar pendiente de ella», que fomentan la pasividad y dependencia de los sujetos diagnosticados, por lo que, finalmente, es preciso mencionar la necesidad de transformar el sistema social y clínico para evitar la sujeción de los cuerpos dóciles, promover una cultura de respeto a la dignidad sin distinciones y reconocer cualquier vida humana como un proyecto de vida en sí mismo, y no como fuente de rentabilidad económica.
Referencias
Dörr Zegers, O. (2002). Ética y Psiquiatría. Revista Colombiana de Psiquiatría, 31(1), 27-48. http://www.scielo.org.co/pdf/rcp/v31n1/v31n1a03.pdf
Kant, I. (1996). Fundamentación de la metafísica de las costumbres El Cid Editor. (Edición y traducción de josé mardomingo ed.). (J. Mardomingo, Ed.) Barcelona, España: Ariel.
Lamm, E. (2017). La dignidad humana. Diccionario Enciclopédico de la Legislación Sanitaria Argentina. https://salud.gob.ar/dels/entradas/la-dignidad-humana#:~:text=Dicho%20esto%2C%20dignidad%20humana%20significa,fundamentales%20que%20de%20ellos%20derivan
Mata Ruiz, I. y Ortiz Lobo, A. (2003). Industria Farmacéutica y Psiquiatría. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, (86), 49-71. Recuperado de http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352003000200005&lng=es&tlng=es.
Míguez Passada, M. N. (2011). La sujeción de los cuerpos dóciles: Medicación abusiva con psicofármacos en la niñez uruguaya. Estudios Sociológicos Editora. https://www.colibri.udelar.edu.uy/jspui/bitstream/20.500.12008/20285/1/La%20sujeci%C3%B3n%20de%20los%20cuerpos%20d%C3%B3ciles_M%C3%ADguez.pdf
Pasmanik Volochinsky, D. P., Villarroel Soto, R. y Winkler, M.N. (2018). Gifts and conflicts of interest: In shades of gray?. Acta Bioethica, 24(1), 95-104. Recuperado de https://actabioethica.uchile.cl/index.php/AB/article/view/49382/57559
Sandín, B. (2014). DSM-5: ¿Cambio de paradigma en la clasificación de los trastornos mentales?. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 18(3), 255-286. https://doi.org/10.5944/rppc.vol.18.num.3.2013.12925
Vier Machado, L. y Santos Lessa, P. (2012). Medicalização da vida: ética, saúde pública e indústria farmacêutica. Psicologia & Sociedade, 24(3), 741-743. http://www.scielo.br/pdf/psoc/v24n3/28.pdf
Nubia Yaneth Gómez Ramírez*
Laura Patricia Moreno Cruz
Estudiantes de la Facultad de Psicología
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2021 No. 20