Daniel Restrepo Sánchez*
El problema de los evasores del pago del tiquete en el servicio público de transporte Transmilenio, o colados, como coloquialmente se les llama, ha sido un problema innato del sistema. Desde que inició sus operaciones en diciembre del 2000, el sistema de transporte masivo de la capital colombiana ha tenido que enfrentarse al fenómeno de usuarios que hacen uso del servicio sin pagar la tarifa, que ingresan a las estaciones saltando los torniquetes de entrada, o por las puertas averiadas de las muchas estaciones que tiene el sistema, sin embargo, en los últimos años, ese problema ha crecido hasta alcanzar unas proporciones que ponen en riesgo el financiamiento mismo de este. Si bien el fenómeno tiene múltiples aristas que van desde lo económico, político y social, lo cierto es que es un síntoma de un problema mayor: la descomposición moral de los usuarios.
Con el fin de concluir que, efectivamente, los colados de Transmilenio son el síntoma de una enfermedad mayor y profundamente arraigada en la idiosincrasia colombiana, será necesario, en los próximos párrafos, precisar conceptualmente qué es lo que se entiende bajo el concepto de “descomposición moral” para, posteriormente, poder aplicarlo a cómo esa categoría, en el contexto de la ciudad de Bogotá, puede influir en el fenómeno de los colados. También se abordará la manifestación del concepto central a la falta de respeto a las instituciones, lo que igualmente influye en la problemática de los evasores del tiquete en el servicio de transporte. Finalmente, el concepto de la descomposición moral se aplicará a la actuación cotidiana de los individuos que, exteriorizando esa misma descomposición, se comportan de manera contradictoria frente a las denuncias sociales contra la corrupción y la práctica, aparentemente pequeña, pero significativa, de colarse en el sistema.
Desde que, como la espada de Damocles, comenzó a pesar sobre los hombres su naturaleza de animales políticos, las distintas conformaciones sociales se han esforzado, al menos en la teoría, en organizarse de tal manera que se procure el bien común y así lograr una existencia marcada por el bienestar y las relaciones cordiales entre los miembros de una misma comunidad; y aunque esos principios siguen pretendiendo regir a las grandes y complejas ciudades contemporáneas, en la práctica es cada vez más difícil de lograr. En sus análisis sobre las formaciones sociales, Harari (2019) propone que grupos pequeños de individuos son capaces de regularse gracias a las relaciones íntimas y el conocimiento cercano de sus miembros, pero en el momento de crecer los números, se hacen necesarios otros medios para que los individuos humanos regulen sus acciones (pg. 39), y ahí es donde aparecen recursos de control social como las religiones y los códigos morales.
La moral, en su acepción más simple, no es otra cosa que el conjunto de códigos de comportamiento aceptados y adoptados por una comunidad. En estos códigos, los grupos grandes de individuos logran ponerse de acuerdo en qué es deseable y qué no, qué es loable y qué es censurable. Dichos códigos ayudan a regular la vida en comunidad y a que, a pesar de no conocer íntimamente a los demás, todos los miembros de un mismo grupo compartan una misma base común sobre la cual sus interacciones se desenvuelven, idealmente, para alcanzar ese fin de la política como la ciencia del buen vivir. Sin embargo, en la práctica, esa moral es susceptible a descomponerse, sea porque los individuos pierden de vista la importancia del bien común sobre el particular, o sea porque empiezan a distanciarse de esos acuerdos, y al no sentirlos propios, no se sienten tampoco inclinados a respetarlos. Esa descomposición moral no es, aunque puede serlo, un fenómeno de extremos que lancen a los individuos a la absoluta y más caótica anarquía, normalmente se manifiesta en el irrespeto a la norma, la falta de remordimiento, o el desafío abierto a las instituciones que procuran el orden social; o como es el objeto de estas líneas, en la evasión del pago del pasaje en Transmilenio.
Bogotá es una ciudad única en Colombia, es la más grande y densamente poblada del territorio nacional, superando los 7.8 millones de habitantes para el 2021, sin tener en cuenta la población flotante, según datos de “Bogotá cómo vamos”, y reúne a personas de todos los extremos del país, con todo lo que esto implica. En pocas palabras es la única ciudad en Colombia que podría tener rasgos cosmopolitas, pero lo que podría ser la manifestación de un sueño moderno, se resuelve en la cotidianidad como una pesadilla, pues siendo una ciudad de todos, en realidad es percibida como una ciudad de nadie. Los habitantes que han llegado de otras partes del país, muchas veces no se sienten arraigados a la ciudad, no la sienten propia, y eso hace que su relación con ella sea descuidada, cosa que no pasa en las regiones o en ciudades y pueblos más pequeños. Y los locales, al ver que una gran parte de la población de la ciudad no la cuida, se desentienden también de su cuidado.
Si bien la relación antes descrita de los habitantes con la ciudad es una generalización, no necesariamente es indebida, pues la evidencia observable la apoya. Todos los días, por las calles de Bogotá es posible encontrar tanto a locales como a foráneos arrojando basuras al piso, escupiendo en las calles, irrespetando las señales de tránsito, o contraviniendo las normas del sistema masivo de transporte de la ciudad. El caso del desarraigo y el poco o nulo sentido de pertenencia que las personas sienten con la ciudad y sus símbolos y recursos, se traduce en un deterioro constante de los mismos. En el caso del Transmilenio se manifiesta por medio de expresiones peyorativas hacia el sistema, como lo han recopilado multiplicidad de veces los medios locales de noticias, pero también por medio de la evasión del deber de pago del tiquete, pues lo consideran “una porquería”, y en general, un mal servicio; aunque sigan empleándolo día a día.
La descomposición moral, ese deterioro en la relación de los individuos con los valores y códigos de comportamiento que deberían regirlos, se manifiesta también por medio de una falta de respeto generalizada a las instituciones que están para garantizar el orden público, la policía, por ejemplo, o los representantes del orden, incluso de organizaciones privadas. Este deterioro moral encuentra un suelo fértil en instituciones que fallan en garantizar el orden, sea por debilidad o permisividad, pues está visto, como también ha sido documentado por medios locales, que a los colados no les disuade de su comportamiento el miedo a un comparendo, mucho menos a que los funcionarios del Transmilenio o los policías bachilleres les llamen la atención. Estos comportamientos dan cuenta de una falta de respeto hacia la autoridad que ya está normalizada en los infractores, y lo que es peor, en muchos casos, incluso de una completa falta de remordimiento ante la acción cometida, sabiéndola contraria al imperativo de buena y sana convivencia social, pues sus razones personales se imponen sobren el bien común y parecen imposibilitarles el proceso de reflexión.
Esa dificultad en el proceso de reflexión que surge acompañada de la descomposición moral en las personas lleva también a que las actuaciones cotidianas sean contradictorias con los principios que pretenden profesar (Gargantilla Madera, 2020). De acuerdo a una encuesta aplicada por el diario El País y publicada en mayo de 2022, el 80,9% de los encuestados respondió que uno de los principales problemas de Colombia es la corrupción, incluso por encima de la pobreza o la inseguridad. Y ciertamente la corrupción es un problema serio en Colombia, pero lo que muchas personas no son capaces de ver es que la corrupción es un fenómeno transversal a la sociedad colombiana, y no es solo el robo de grandes cantidades de dinero del erario público o las irregularidades en contratación estatal para favorecer amigos o saldar favores; corrupción también es evadir un deber como el pago del tiquete en el Transmilenio. Las personas se comportan de manera contradictoria con lo que, aparentemente son sus principios, cuando los códigos de comportamiento moral están descompuestos, se condena la corrupción, pero se evada el pago del Transmilenio. Se escapa a la reflexión el hecho de que el principio es el mismo en quien roba millones y en quien roba pocos miles, la diferencia es de cantidad, no de calidad.
Es claro que el fenómeno de los colados en Transmilenio, es el síntoma de una enfermedad más profunda, de un cáncer que ha hecho metástasis en la idiosincrasia colombiana y que genera desarraigo en la que antaño fue llamada “la Atenas suramericana”. La descomposición moral de los habitantes de la Capital colombiana se manifiesta en falta de pertenencia por lo que se tiene, falta de gratitud y de reconocimiento por lo que la ciudad ofrece; así como en falta de respeto por las instituciones que están ahí para hacer cumplir el orden, lamentable su debilidad y permisividad, sí, pero es un deber más del ciudadano autónomo y moralmente sano el respetar, que el esperar a que le obliguen a respetar. Y finalmente, esa misma descomposición interior de la moral se materializa en actos hipócritas, como censurar la corrupción que frena el avance del país mientras, desde las escazas posibilidades del censor, se roba el valor de un tiquete.
Referencias
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Carrillo Carrillo, L. (2010). “El concepto kantiano de ciudadanía”. En Estud.filos. ISSN 0121-3628 nº42. Diciembre de 2010. Universidad de Antioquia pp. 103-121.
Gargantilla Madera, P. (2020). “Hannah Arendt y los peligros de una práctica irreflexiva de la medicina.” En Doctor Tutor de educación médica. Junio 2 de 2020. Sociedad española de medicina de familia y comunitaria.
Harari, Y.N. (2019). De animales a dioses: Breve historia del mañana. Editorial Géminis, S.A.S. Bogotá, Colombia.
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Santaeulalia, I. “La corrupción, el agujero negro de Colombia”. Periódico El País. 8 de mayo de 2022.
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Sierra, O.G. (2017). “Descomposición moral”. Periódico La Patria. Viernes 6 de octubre de 2017.
Universidad de Los Andes. (2021). “Colados en Transmilenio: Desfinanciación del sistema”. consultado el 25 de enero de 2022. https://uniandes.edu.co/es/noticias/ingenieria/colados-en-transmilenio-desfinanciacion-del-sistema
Viviana S. (2017). “La ciudad de todos, la Bogotá de nadie”. En Las 2 orillas. Febrero 05 de 2017.
Daniel Restrepo Sánchez*
Estudiante de Derecho
Universidad Santo Tomás