
Karol Tatiana Mahecha, Karen Sofía Canchila, María Paula Borrego Berrío, Sara Valentina Calderón Ramírez y María Stefanía Chaparro Pinzón**
En Colombia, miles de madres buscan a sus hijos desaparecidos mientras cargan un dolor que no se ve, pero que marca cada parte de su vida. Detrás de su fuerza y resistencia habitan cicatrices emocionales que el país apenas empieza a reconocer. Este artículo explora cómo la salud mental se convierte en un eje fundamental para comprender su lucha, su duelo suspendido y su capacidad de transformar el sufrimiento en memoria y acción colectiva.
Resumen
El conflicto armado colombiano ha generado profundas afectaciones emocionales en las madres buscadoras, quienes enfrentan dolor, incertidumbre y revictimización institucional. Este sufrimiento se manifiesta en ansiedad, depresión e insomnio, pero su resiliencia las ha llevado a transformar el dolor en memoria y acción colectiva. Organizaciones como Madres de la Candelaria, ASFADDES, MAFAPO y las Tejedoras de Mampuján han convertido la búsqueda en un espacio de acompañamiento, sanación y justicia emocional.
Si bien la Ley 1448 de 2011 y el PAPSIVI ofrecen apoyo psicosocial, los alcances institucionales continúan siendo limitados. En este contexto, el arte emerge como una herramienta terapéutica y de resistencia que posibilita la expresión emocional y la reconstrucción del sentido de vida. La intervención profesional con enfoque diferencial, territorial y de género es esencial para garantizar la reparación integral y simbólica de las víctimas. Sanar la mente y el corazón de las madres buscadoras implica, al mismo tiempo, restaurar el tejido social y la memoria colectiva del país.
Desarrollo
El conflicto armado colombiano, que supera seis décadas de duración, ha dejado una huella profunda no solo en la historia política y social del país, sino también en la salud mental de quienes lo han padecido. Entre las víctimas más afectadas se encuentran las mujeres buscadoras: madres, esposas, hermanas e hijas que enfrentan la incertidumbre constante provocada por la desaparición de sus seres queridos. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, más de 120.000 personas han sido reportadas como desaparecidas, configurando una de las heridas más dolorosas del país.
La salud mental de las mujeres buscadoras constituye un tema crucial y complejo. Asumir este rol implica vivir un duelo suspendido, donde la esperanza y el miedo conviven de manera permanente. La ausencia de respuestas genera sufrimiento emocional crónico, ansiedad, depresión, insomnio y trauma complejo. No obstante, la búsqueda también se ha transformado en un acto de resiliencia y reconstrucción colectiva. Colectivos como las Madres de la Candelaria, ASFADDES o las Mujeres Tejedoras de Mampuján han consolidado la organización comunitaria como un espacio de sanación, donde el acompañamiento, la memoria y la solidaridad fortalecen una salud mental compartida.
A pesar de estos esfuerzos, la impunidad, la indiferencia institucional y la revictimización dificultan la reparación emocional. Muchas mujeres deben continuar su búsqueda enfrentando no solo el dolor y la ausencia, sino también la falta de garantías del Estado. Sin embargo, su resistencia se convierte en una forma de supervivencia emocional y política. La participación en escenarios como la Comisión de la Verdad, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) o la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) representa no solo un ejercicio de justicia, sino también un proceso terapéutico: narrar el dolor es también una vía para reconstruirse.
La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como un estado de bienestar que permite afrontar el estrés, desarrollar habilidades y contribuir a la comunidad. En Colombia, ese bienestar ha sido fracturado por la violencia. Las víctimas no solo perdieron familiares o bienes: perdieron también su sentido de vida. Desde la perspectiva de derechos humanos, la salud mental es un derecho fundamental, como lo establece la Ley 1616 de 2013. Sin embargo, cuando la violencia arrebata a un hijo y el Estado responde con silencio, ese derecho se vulnera. Las Madres de Soacha ejemplifican esta herida colectiva: transformaron el sufrimiento en resistencia, exigiendo justicia, verdad y reparación emocional.
Aunque la Ley 1448 de 2011 y programas como el PAPSIVI buscan brindar atención integral a las víctimas, su cobertura continúa siendo insuficiente. La atención psicosocial no puede reducirse a una cita médica; debe construirse desde la escucha activa, el acompañamiento sostenido y el reconocimiento de la dignidad de cada mujer. La reparación emocional es indispensable para alcanzar una paz real, pues no es posible hablar de reconciliación mientras las heridas psicológicas permanezcan abiertas.
En este contexto, el arte emerge como una herramienta terapéutica y de resiliencia. Para las madres buscadoras, el arte se convierte en un lenguaje de memoria y resistencia capaz de transformar el dolor en creación. Como señala la profesora Ángeles Pazkowski, el arte es una herramienta transformadora en salud mental, pues permite expresar la experiencia humana cuando las palabras no bastan. La OMS también lo reconoce en su informe Arts and Health (2023), donde afirma que las artes fomentan la sanación y la reconciliación en comunidades afectadas por la violencia.
Ejemplos como MAFAPO (Madres Víctimas de Falsos Positivos de Soacha y Bogotá) ilustran este proceso. En el proyecto “Corredor por la Verdad”, las madres intervinieron murales en la autopista sur de Bogotá para honrar a las 6.402 víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Por su parte, “Mujeres con las botas bien puestas” (2022) reunió miles de botas pantaneras intervenidas artísticamente para simbolizar la vida y resistencia de sus hijos. Estas expresiones convierten el duelo en memoria viva y acción colectiva.
El papel de los profesionales de la salud es fundamental. Psicólogos, médicos y trabajadores sociales acompañan la reconstrucción del sentido de vida y la esperanza en medio del trauma. No obstante, la atención debe superar el modelo clínico individual, entendiendo el dolor como un fenómeno colectivo. Los espacios psicosociales deben convertirse en territorios de reconstrucción de vínculos, memorias y dignidades. Tanto el PAPSIVI como la Unidad para las Víctimas establecen que la atención debe ser integral, participativa y con enfoque diferencial.
Los desafíos éticos y emocionales son significativos: escuchar testimonios de profundo dolor puede generar desgaste o trauma vicario en los profesionales. La empatía debe equilibrarse con el autocuidado y la sensibilidad cultural, respetando los tiempos del duelo y las formas de expresión emocional propias de cada territorio. La confianza se construye con presencia constante y coherencia entre la palabra y la acción.
Asimismo, el enfoque de género y territorial es indispensable. Las madres buscadoras —en su mayoría mujeres rurales, afrodescendientes o indígenas— enfrentan pobreza, estigmatización y desplazamiento. Reconocer sus saberes y resistencias no solo fortalece el acompañamiento terapéutico, sino que las reivindica como sujetas políticas y portadoras de memoria. Atenderlas con enfoque diferencial es también un acto de justicia simbólica.
En una sociedad marcada por la violencia y la desigualdad, acompañar a las madres buscadoras es una responsabilidad ética y colectiva. Ellas encarnan la persistencia de la verdad frente al olvido. Brindar atención digna y diferenciada no solo contribuye a su bienestar individual, sino que ayuda a reconstruir el tejido social roto por la guerra. Sanar la mente de las madres buscadoras es, en última instancia, comenzar a sanar la memoria de la nación.
Referencias
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Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas. (2023). Lineamientos para la medida de rehabilitación en el marco de la reparación integral a las víctimas del conflicto armado. Gobierno de Colombia. https://www.unidadvictimas.gov.co
Karol Tatiana Mahecha
Karen Sofía Canchila
María Paula Borrego Berrío
Sara Valentina Calderón Ramírez
María Stefanía Chaparro Pinzón
Estudiantes de Medicina
Universidad Militar Nueva Granada
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ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea), Núm.31 (2025) | enero-junio

