Niños fantasma: Relato sobre “ayudas” a los niños de Makú

 

Paula Torres González*

 Durante el 2014 en Makú, departamento de la Guajira, se vivió una larga sequía, esto llamó la atención de los medios de comunicación y de diferentes instituciones. Ante esta situación, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar empleó diferentes proyectos en los que se debía procurar la prevención y protección de los niños en las rancherías wayúu de esta región del país. Sin embargo, en Makú se afirma que dichos programas terminan por hacer uso de los niños para obtener beneficios particulares. El siguiente relato muestra diferentes conversaciones mezcladas con percepciones propias, con el fin de evidenciar las diferentes relaciones y problemáticas que surgen a partir de los programas de ayuda.

Todo comenzó, un jueves bien entrada la mañana cuando llamaron nuestra atención un grupo de personas. Eran funcionarios del ICBF y preguntaban por un tal Boris. Ante nuestro desconocimiento de la comunidad llamamos a Iris, quien consideramos como nuestra madre wayuu y figura de respeto y admiración en Makú, Iris se dirigió al funcionario.

-¿Qui’hubo?

A lo que los funcionarios respondieron. -Buenos días, somos funcionarios del Bienestar y estamos buscando al líder o la autoridad… ¿Boris?

-Al líder no lo van a encontrar, pues él vive en Uribía y muy poco viene a Makú… Y la autoridad se llama Borgis y vive hacia allá- señaló.

-Ah, muchas gracias. Venimos a presentarle a Boris un nuevo proyecto del Bienestar (de cero a siempre), aquí tenemos una lista de niños beneficiarios, ¿usted nos puede decir sí los conoce y en dónde viven?

-Primero, deberían hacer un llamado a toda la comunidad para contar el proyecto y posteriormente desarrollarlo, pues estos proyectos deben ir para el beneficio de todos, no de solo una persona o de muy pocas. No conozco ninguno de los nombres que están en esta lista y reitero que hagan un llamado a toda la comunidad para contarles el proyecto.

Los funcionarios respondieron afirmativamente a las anotaciones sobre el programa y siguieron las indicaciones de Iris para llegar a la casa de Borgis. Nosotros escuchamos su conversación y nos sorprendimos cuando Iris afirmó que no conocía ninguno de los niños en la lista. En Makú la mayoría de personas son familia, pero existen varios conflictos al interior de la ranchería. Estos parecen estar vinculados con la inconformidad ante la autoridad elegida. Para Iris, la lista de los funcionarios estaba conformada por nombres inventados con el fin de recibir mayor ingreso de beneficios. La corrupción caracteriza este sistema y para varias madres de Makú no es extraño que este tipo de hechos ocurran. Kathy una madre alijuna nos contó otra historia vinculada con dichas instituciones de “ayuda”:

-Hace unos días llegó una institución a pesar los niños de la ranchería, y según ellos, el peso de mi hija de año y medio es de 7 kilos, 3 kilos por debajo de lo normal para la edad. Yo había llevado a mi hija al médico y el peso real fue de 11 kilos. Yo les dije que sus básculas estaban cuadradas para dar un peso menor, y poder decir que hay niños en desnutrición y recibir más ayuda, ayuda que se queda en manos de los mismos funcionarios.

Kathy es de Santa Marta, estudió en un colegio wayuu en donde le enseñaron cómo funciona el pastoreo, algunos aspectos de la cosmología wayúu y un poco de wayuunaiki. Después de ir a la Universidad Nacional en Bogotá se enamoró de un wayuu y decidió irse con él a su ranchería. Ella afirma que ha sido tratada con gran hospitalidad y amabilidad, y que incluso, su suegra la trata como si fuera una hija. Kathy destaca que en tiempos de crisis, los wayuu se ayudan entre las rancherías intercambiando animales, alimentos y agua. Pero, en cambio, las instituciones no son de gran ayuda, ya que tan solo envían a las zonas más cercanas de las carreteras algunos requerimientos mínimos. Además, nos comentó que las rancherías que se encuentran a más de siete horas sin vías carreteables, sí presentan verdaderos casos de desnutrición, las mujeres embarazadas no pueden acceder al control prenatal y muchas veces mueren en el parto, mientras las ayudas nunca llegan hasta esas zonas.

La crisis en Makú se vincula con la sequía, o como algunos lo llaman, el verano. Hace casi un año los principales afectados por la carencia de agua fueron muchos de sus animales. La escasez obligaba a los niños, quienes se encargan del pastoreo, desplazarse largas distancias en busca de algún suministro de agua para sus animales. Las tierras y los jagüeyes (pozos de agua), después de más de un año sin lluvia, se encontraban cada vez más secos, provocando el establecimiento de nuevas relaciones entre los wayuu y, en algunos casos, traslados de familias a fuentes de agua más cercanas.

A partir del verano, los medios de comunicación se encargaron de reproducir la crisis humanitaria en la que se encontraban los wayuu, afirmando que los principales afectados por la sequía eran los niños, quienes fallecían rápidamente por las precarias condiciones en las que este pueblo intentaba sobrevivir. Sin embargo, la situación de la Guajira y los problemas con la alcaldía continúan siendo noticia. Una mañana mientras tejíamos con Iris, escuchábamos las noticias en la radio: se hablaba de las consecuencias del olvido del Estado en la Guajira y el locutor afirmaba con tono efusivo “tenemos que unirnos y luchar”. A esto Iris contestó con indignación:

-¿Tenemos? Querrá decir tienen. Porque el realmente no está involucrado, todo lo que se tiene hasta ahora se ha luchado y trabajado por los mismos wayuu y seguirá siendo lucha de los wayuu… Además, nosotros no somos ni colombianos, ni venezolanos, somos wayuu y por eso es que yo digo que debemos montar nuestra propia nación wayuu.

La lucha y el trabajo caracterizan a muchos de los que viven en Makú. Pocos esperan beneficios y desconfían de la mayoría de instituciones. Así, me lo afirmó Ricardo, padre de siete hijos y vigilante desde hace diecisiete años de la vía férrea del Cerrejón:

-No conozco ninguno de esos beneficios, yo mantengo a mis hijos con lo que trabajo.

Se afirma que los administradores de los programas son quienes utilizan el dinero para su propio beneficio, los niños reciben refrigerios (que constan de una caja de leche saborizada de 200 ml y paquete de galletas) que no alcanzan a cubrir ninguna comida y que a la mayoría de los niños no les gusta.

Durante mi estadía, se estaba desarrollando el proyecto de Cero a siempre del ICBF, en el que se propone brindar una atención integral a los niños que se encuentren entre 0 y 5 años de edad, dándoles alimentos básicos y  clases de educación elementales (vocales, números y algunos aspectos de la cultura). Así, el programa se basa en dar alimentación a todos los afiliados, por medio de un refrigerio a la semana y un mercado al mes, que para algunas madres con las que hable, es muy pequeño (kilo de arroz y de lentejas, un litro de leche y unas panelas), tal como me comentó una madre wayuu:

-Todos los programas han sido más bien regulares, aquí todas esas cosas son así, las comienzan y después no salen con nada.

Como consecuencia, los programas de beneficencia pasan a ser considerados no como ayudas para el pueblo de Makú, sino como una fuente de ingresos para los funcionarios y administradores de los proyectos. En medio de la corrupción y la supuesta crisis, los niños se utilizan como justificación para que las entidades logren recibir más dinero. Así, Ricardo y Sandra (padres de siete hijos) me contaron varias historias vinculadas con el programa de Cero a Siempre:

-Este tipo de programas solo se realizan para utilizar a los niños, dicen qué les van a dar y cómo se les va a mejorar su alimentación, pero finalmente no se les da nada. La parte administrativa se queda y se roba todo el dinero.

Hace unos meses, vinieron los del bienestar para ver el peso de los niños, me dijeron que Adriana, mi hija menor, se encontraba en desnutrición. Pero, en vez de dar alimentos, que es lo que necesita una niña con bajo peso, me dieron pastas y medicamentos que, a mi modo de ver, son innecesarios e inútiles- comentó Sandra.

-Aquí los del Bienestar casi siempre traen bienestarina para ayudar a que los niños suban de peso. Pero he escuchado que muchas veces esa bienestarina es utilizada como alimento para los cerdos y cuando está a punto de podrirse, muchas veces llena de gusanos, se les envía a los niños afiliados a programas- añadió Ricardo.

Las inconformidades con respecto a los programas son obvias. La búsqueda de beneficios no solo se centra en el uso de los niños, sino también en la creación de niños inexistentes en la lista de funcionarios, estos se reconocen en Makú como niños fantasma: niños que justifican más desvío del dinero, que en  principio, estaría destinado a beneficiar a los niños wayuu.

Sin embargo, Betty, madre de tres niños, se encontraba entusiasmada con el cambio de administración y su inicio como trabajadora en el programa de Cero a siempre.

-Se cambiará el refrigerio, el anterior no les gustaba a los niños y muchas veces lo botaban, ahora se ajustará por algo más acorde a ellos. Yo voy a trabajar ayudando a dictar clases y jugando con los niños.

De esta manera, de los programas para el beneficio de los niños emergen diferentes situaciones dentro de Makú: se generan nuevos tipos de relaciones y se comienzan a crear vínculos de dependencia con las entidades de ayuda. Eso sí, durante mi estadía, varias madres expresaron la importancia de sus hijos, resaltando que ellos son su familia y el legado que dejarán a futuro, como me comentan un grupo de madres en Tekía, una ranchería cercana a Makú:

-Para los wayuu es muy importante reproducirse, porque si no te multiplicas no tienes familia, y por lo tanto, no tienes dolientes. Además, para la mujer es muy importante procrearse y dar vida, puesto que esto implica prevalencia en el tiempo y proyección a futuro.

-Cuando un wayuu presenta a sus hijos, dice: te presento a mi reemplazo, mi legado, por eso los hijos requieren de cuidados y atención, pues una madre tiene la responsabilidad de su crianza- comenta “La Mona”, una de las madres entrevistadas.

- Los niños nunca están solos, siempre están acompañados de su madre, abuela o tía. Su familia siempre debe velar porque tengan lo que necesiten, su bienestar y salud. No hay niños que se mueran hambre, a no ser que no tengan madre- es lo que comenta Iris, quien a su vez es madre de una hija adoptiva.

Así, la responsabilidad que sienten las wayuu de ser madres, se hace evidente durante mi estadía en Makú. Las madres afirman dedicarse a la crianza de sus hijos, teniendo baja expectativa sobre las instituciones de ayuda y los programas del Bienestar, ya que se consideran irregulares y poco significativas. Además, la voz sobre los niños fantasma corre: se cree que por la corrupción se inventan nombres con el fin de recibir más dinero que, como es de suponer, no se destina a ninguna ayuda.  

Por ende, se busca justificar una crisis humanitaria, se da un gran número de niños en estado desnutrición con pesas de calibración “amañadas”, se brinda ayuda dando bienestarina compartida con cerdos y al borde de la putrefacción, se les da medicamentos que no necesitan para superar la “desnutrición”, se registran niños fantasmas como afiliados y se crea el imaginario de pobreza y hambre entre los wayuu. A la sombra de la corrupción se confunden espíritus, parásitos y enfermedades, nada oculto para quienes viven en Makú, pero que lucharon por conseguir lo que tienen y velan por su propio bienestar y el de su familia. Los niños viven y disfrutan de la compañía de sus hermanos, como me lo confirmó Ana Rayeth, la hija de nueve años de Ricardo y Sandra:

-¿Te sientes orgullosa de ser wayuu?

-Si

-¿Por qué?

-Porque soy feliz

 

Paula Alejandra Torres González*

Estudiante de Antropología

Universidad de Los Andes

 

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea)  julio 2017 No. 3

 

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