Hijo por defecto

Jonnathan Osorio Cardona*

Es de suponer que el amor de madre es incondicional, más aún en la etapa de crecimiento, desarrollo y aprendizaje, por ejemplo, cuando eres un pequeño de no más de cinco años. A esa edad la única preocupación debería ser, ¿a qué voy a jugar? o ¿cuál será la siguiente travesura? aparentemente en ese momento la vida está resuelta y pareciera que ese estado de inocencia y tranquilidad perdurará para siempre. Pues bien, esto no fue precisamente lo que le sucedió a Ángel, un niño a quien le cambió la vida por completo al ser adoptado por padres norteamericanos. Esto se podría tomar como la oportunidad de dar un giro de 180º y empezar de nuevo en todo el sentido que comprende la palabra, o que este giro se convierta en una vida acompañada de alguien no tan grato, como lo es la soledad.

Transcurría la década de los 70, y Ángel vivía en una humilde casa, sin saber con exactitud el barrio, pues no tiene recuerdos muy claros sobre aquella época, apenas vienen a su memoria imágenes jugando con otros niños quienes asume eran hermanos suyos. De su mamá casi no recuerda nada, talvez el recuerdo más fuerte que tenga de ella fue el día en que lo abandonó. En aquella época Ángel tenía entre 4 o 5 años de edad, ni siquiera lo recuerda bien, pues sus memorias de aquel entonces están algo distorsionadas. En un esfuerzo por revivir ese momento recuerda que su mamá lo llevó en un taxi a lo que hoy en día conocemos como el centro de Bogotá, y luego caminaron un poco en un lugar donde había mucha gente, escucha en su mente las palabras de su madre diciéndole “espérame aquí” y desapareciendo entre la multitud, aunque la esperó sin saber por cuánto tiempo, recuerda que fue mucho, tal vez horas, su madre nunca regresó. Y nunca más volvió a saber de ella. Sin mucho que hacer, perdido y confuso por lo que estaba pasando empezó a caminar hacia ningún lugar, el sol ya se escondía dejando el escenario listo para que la señora de grandes mejillas iluminara como de costumbre. No sentía miedo, no sentía rabia, no sabía qué sentir. De tanto caminar, una señora que lo observaba desde hacía unos instantes, se acercó y le preguntó si esperaba a alguien, si estaba perdido, él solo asintió con la cabeza. Sin muchas opciones acordaron que él pasaría esa noche en la casa de ella, donde recibió una taza de sopa caliente, la que le dio una sensación de vida, pero su dicha solo duró hasta la mañana siguiente. Aquella señora después de darle desayuno, le dijo que lo llevaría al mismo lugar por si la mamá iba a buscarlo, así que después de unos minutos volvió a estar en la misma situación del día anterior. Como cualquier niño a su edad, que tiene la capacidad de hacer 20 amigos en cinco minutos. Observó un niño que pasaba por el camino y sin pensarlo dos veces le habló, este le dijo que estaba en la calle hace algunos días, así que los dos se pusieron a jugar. Con este nuevo compañero de aventuras pasó todo el día, hasta que el cielo se vistió de rojo.

En medio de divertidos juegos y sin la percepción de que el tiempo pasaba, vieron que unos señores vestidos de trajes verdes y palos en sus bolsillos, se acercaban a ellos, sintieron miedo y se escondieron en una especie de cambuche. Los policías llamándoles desde afuera les decían “vengan, no les vamos a hacer nada” al fin salieron los niños y después de un interrogatorio, los llevaron a un hogar de paso. Duraron algunos días juntos pero el amigo de Ángel extrañaba la calle, y decidió escaparse. Así que Ángel sintió nuevamente la compañía de la soledad, ya empezaba a acostumbrarse. Después de algunos meses Ángel despertaba con la noticia de que a partir de ese momento tendría una nueva familia, y después de un tiempo de integración con los que serían sus nuevos padres, se otorgó la autorización de adopción para que Ángel pudiera salir del país y se fuera a los Estados Unidos, y fue así como con sus nuevos padres emprendió rumbo hacia un nuevo hogar.

El inicio de este ciclo era algo totalmente nuevo para Ángel, pues no entendía nada cuando le hablaban, así que su comunicación era similar a la de los sordos, por señas. La cultura era totalmente diferente, y aunque las personas eran muy amables sentía que no encajaba, pues su color marrón característico resaltaba en un hogar donde todos eran blancos y de ojos claros, adicionalmente era el único niño hombre, pues los padres adoptivos habían tenido 6 hijas propias, todas mujeres, es por esto que decidieron adoptar un varón. Los padres siempre tuvieron un gran corazón y en su hogar tenían niños temporalmente que venían de la calle y con problemas de abandono, que duraban uno o dos meses mientras les encontraban un hogar más estable, algo similar a las casas del bienestar familiar. Ángel aprendió a hablar un nuevo idioma y creció relacionándose con estos niños a quienes veía como unos hermanitos más. La parte no tan buena es que por esto aprendió muchas actitudes que ellos traían de afuera. Al cumplirse el tiempo de estadía de estos niños y tener que irse, Ángel sentía que le arrebataban un pedacito de él, pues sus lazos eran muy fuertes con aquellas personitas. Y de una manera inconsciente se sentía abandonado, nuevamente.

Al cumplir 14 años había conocido muchos escenarios y había vivido muchas experiencias que las personas normalmente aprenden después de los 18. Cosas como perder la virginidad con una persona 7 años mayor que él, y empezar a tener grupos sociales como pandillas y amistades que poco a poco lo llevaban a una auto destrucción de su ser. Se sentía orgulloso de acostarse con quien quisiera, así fueran niñas menores de edad. Fue así como a la edad de 21 años se convirtió en padre de una niña, la madre solo tenía 16 años. Aún no estaba listo para ser padre y la madre de su bebé menos, pues aún era prácticamente una niña y él, solo la veía como alguien con la cual pasaba un buen momento, a pesar de que ella sí estaba enamorada de él. Después de pensarlo no por mucho tiempo, decidieron darla a un hogar de adopción, y posteriormente fue adoptada por una pareja gay quien le brindó mucho amor y que la crio con fuertes valores, basados en el concepto de familia, y aunque no volvió a ver a la niña, los padres adoptivos siempre le informaban cómo estaba. La mujer al llevar una vida igual de libertina cayó en un problema de drogas, que se agravó cuando Ángel, un poco más mayor, decidió formar un hogar y tuvo dos hijos varones con otra mujer.

A pesar de esto siguió en el bajo mundo realizando prácticas castigadas por la ley, y si de pequeño parecía que la correccional era su segundo hogar, de adulto la cárcel se convirtió en un centro vacacional, pues estuvo más veces de las que quisiera contar. Un día el juez y las autoridades le dijeron que lo mejor para él era salir del país, porque nunca iba a cambiar, y lo obligaron a tomar una decisión radical, ya que a partir de ese momento estaba vetado para vivir en territorio americano por los próximos 10 años, le dieron dos opciones México o Colombia. No fue una decisión fácil pues era una vez más quedar en el abandono y solo, pues la relación con la madre de sus dos hijos tampoco había funcionado, y pensó “si me voy para México estaré cerca de mis padres tal vez podrían visitarme”, pues ellos vivían en Arizona, pero eso implicaría que esté de alguna manera protegido y en zona de confort, lo que él necesitaba y lo que deseaba era un cambio total, así que después de mucho pensarlo decidió venir a Colombia.

Al llegar al país todo estaba diferente de cómo su memoria lo recordaba. Habían pasado más de 30 años y hasta su idioma natal era una lengua completamente diferente para él. Ángel llegó a una fundación de unos pastores que hablaban inglés, esa era su única comunicación con el mundo colombiano, los primeros días ellos lo llevaron a recorrer las calles de Colombia y fueron al hogar donde fue adoptado de pequeño, se llevó la sorpresa de que ya no existía. Quería saber sobre su mamá biológica, pero esto era muy difícil puesto que no sabía expresarse bien y no tenía idea de qué o cómo hacer las cosas. Después de algunos meses y gracias a su manejo perfecto del inglés ingresó a trabajar en un call-center bilingüe. De allí decidió que podía vivir solo, pues gracias a las cartillas de nacho lee, después de tres años había aprendido a hablar nuevamente español y aunque no comprendía todo, y no podía decir todo como quería, al menos se defendía y manejaba lo básico como ir a comprar en una tienda, hablar con la señora de la casa donde estaba viviendo, y poder pedir fiado en la panadería del barrio, donde los dueños le habían cogido un aprecio especial.

A pesar de esta nueva vida era inevitable no extrañar a sus padres en Estados Unidos, de vez en cuando hablaba con ellos y le enviaban algo de dinero cuando podían. Por cosas del destino conoció a una señora, Sara, a quien con el tiempo la aprendió a ver como a una amiga, pues iba a su casa compartían un buen momento tomando cerveza y escuchando música ranchera. Sara era de una familia muy numerosa y muy alegre, característica que es dada a los colombianos. Por primera vez en mucho tiempo, Ángel empezó a sentir que encajaba, pues las hermanas de Sara y los hijos de ellas, lo aceptaron muy bien y él se sentía amado. Ángel en ese momento tenía alrededor de 39 años y estaba decidido a buscar una mujer colombiana para formar un hogar, en una de las conversaciones con Sara, esta le dijo que la hermana menor quien vivía en Armenia estaba pasando por una situación un poco difícil, y que ella se la podía presentar para ver si se podía dar algo. Ante la crítica situación de Cristina, la hermana menor, quien tenía un niño de 4 años y acababa de tener una ruptura con su pareja, también aceptó pues al parecer no tenía otra opción. Al volver a Bogotá y después de varias video llamadas por fin conoció personalmente a Ángel, y aunque inicialmente decidieron aceptar este reto por compañía, y la convivencia no fue muy buena el primer año, con el paso del tiempo aprendieron a quererse y a aceptarse. Ocho años después, del fruto de su amor nació una niña, y ahora están haciendo planes para casarse.

En el mundo no podemos esperar que nuestra vida sea perfecta, pues vivimos en una montaña rusa en donde los picos son constantes y nada está escrito por más seguro que parezca. No somos responsables de las condiciones en las cuales nacemos, pero tenemos la oportunidad de cambiarlas y forjar nuestro futuro. Cada quien tiene una historia, algunos más bonita que otros, otros más sencilla, otros más desafiante, pero lo importante es el aprendizaje que podemos obtener de ellas. Realizar una mirada introspectiva y definir criterios y acciones para avanzar hacia la meta, pues con disciplina y convicción es posible lograrlo. En este recorrido los padres son acompañantes claves hasta cierto punto y como todos cometemos errores, ellos no son la excepción, y aunque en su momento probablemente se hayan equivocado, no los podemos culpar, no podemos castigarlos sin conocer su historia, porque al igual que nosotros ellos también tienen la suya y tuvieron mil razones para hacer lo que hacían, así no hubiera sido lo más acertado. Estas experiencias nos ayudan a madurar y a crecer como personas. Y lo más valioso de todo, es buscar la felicidad propia, ser empáticos con los demás y contribuir a hacer feliz a los otros desde nuestra posición, encontrar nuestro propósito y luchar por él, sin olvidar que somos humanos.

 

Jonnathan Osorio Cardona*
Estudiante de Administración de Empresas
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) abril de 2021 No. 18

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