¡POR FIN!

Alfredo Gil Rico*

Siendo muy pequeño me dijeron que si tenía suerte ella vendría, que no era nada fácil conseguirla. Algunas veces me puse en guardia para encontrarla y reconocerla, pero no llegó. La esperé durante largas noches de invierno cuando el frío penetraba mis huesos. Durante muchos días claros de verano, empeñé algún tiempo tratando de forzar al destino para admirarla, palparla, acariciarla.

Como en lo trágico de los evangelios y las telenovelas, nunca llegó. Algunos pontificaron que aún no era tiempo, que para comulgar con ella se requería mucha paciencia. Insistieron desenfadadamente que había que tener mucha suerte para conquistarla. Con el transcurso del tiempo vino el desempeño en oficios varios. Se dieron las rumbas alcoholizadas, las lecturas indiscretas, pecaminosas y subversivas,  las carreras locas de atletismo y aquellos inmensos sueños de libertad y emancipación, todo ello se fue confabulando para que la ansiedad y el miedo de conocerla se fueran opacando, desvaneciendo.

De cuando en vez, en circunstancias especiales me preguntaba cuándo llegará, pero la fuerza de la vida cotidiana me arrancaba con violencia. La preocupación por satisfacer las necesidades primarias, tan difíciles de solventar en estas épocas, me hacía desvivir por la lucha del centavo y me llevó a olvidar casi por completo de su anunciación, de su presencia.

Después me volví un lúgubre funcionario que lo único que tuvo como horizonte fue el cumplimiento de las tareas encomendadas por unos jefes insensibles y soberbios. Todo el tiempo trabajando arduamente, cultivando sagradamente cada una de las canas, para cumplir con los caprichos de algunos que no tienen una clara idea de la vida. Desempeñándome en todos estos ajetreos, la verdad es que casi la olvido definitivamente.

Sin embargo, un día de octubre en las horas de la tarde, cuando el viento mecía las hojas de los árboles del parque contiguo a la casa, me percaté que había llegado y no me había dado cuenta, estaba conmigo plenamente instalada bebiendo mi café, compartiendo mis alimentos, soportando mis enfermedades, mis resignaciones, mis derrotas  y mis triunfos. Llegó con nombre propio, se llama vejez.

Alfredo Gil Rico*

Docente Universidad Santo Tomás

 

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades

ISSN 2619-421X (en línea)  octubre-diciembre 2017 No. 4

Buscador