La guerra dictada. El discurso de la paz y la guerra en Colombia y México

*Iván Alexis González Casas

La guerra, la violencia y el conflicto tienen manifestaciones que van más allá de lo que sucede en el “campo de batalla”. Existe otro tipo de campo donde la violencia se manifiesta en diferentes niveles: el ideológico y el discursivo. Se trata de pensar los conflictos asumiendo que el discurso tiene manifestaciones sociales, políticas y culturales que generan un impacto directo sobre el desarrollo y devenir del propio conflicto.

La guerra en Colombia y México es también discursiva pues lo que se dice sobre ella y sobre los actores que participan importa. En el siguiente texto se realiza una revisión de algunas propuestas teóricas sobre el discurso de guerra en el contexto colombiano y mexicano, así como una lectura propia sobre esta cruda realidad de la historia de ambos países.

“El naturalista, el químico, el ingeniero, estudian para dominar la naturaleza; el sacerdote y el letrado, para dominar a los pueblos.” -Miguel Samper

Miguel Samper, en su texto “La Miseria en Bogotá”, escrito en 1867 advertía ya los peligros de dejar que fueran los discursos y no las realidades las que gobiernan a los pueblos, pues el lenguaje es a su vez, una manifestación y una representación de una realidad que es verbalmente reproducible. Por ello, lo que se dice importa porque es la forma en la que se da cuenta de los hechos, acontecimientos y cosas que pasan en el mundo, utilizando un pacto común para identificar con el mismo nombre esas cosas. Hablar de algo del mundo utilizando tales o cuales adjetivos calificativos es una forma de representar a ese algo, es una forma de darla a conocer y de acceder a él. Por eso también importa la forma en la que se habla de las cosas.

El caso de Colombia y México es un ejemplo de cómo el conflicto social puede llegar a estallar en manifestaciones que van más allá de la violencia y la conflagración para presentarse en formas más complejas y profundas de la vida pública como es la cultura y el lenguaje. Es decir, la violencia puede manifestarse no sólo en el “campo de batalla”, sino en las formas en las que una sociedad representa, asume y piensa el conflicto. Más inquietante aún; la forma en la que los gobiernos canalizan, actúan y “discursivizan” el conflicto, es que construir un discurso significa también valorizar, apuntalar, traducir, subtitular la realidad. La guerra contra el narcotráfico en México y el conflicto armado en Colombia, son un ejemplo de cómo la violencia es también discursiva, toda vez que pretende totalizar y generalizar una realidad social compleja y ardua. Los dos ejemplos aquí planteados tienen ese común divisor: son guerras que se dictaron. A propósito una aportación desde la perspectiva de Foucault:

“El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él, revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso –el psicoanálisis nos lo ha demostrado- no es simplemente lo que manifiesta (o encubre) el deseo; es también lo que es el objeto y el deseo; (…) el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.”1

La guerra contra el narcotráfico en México y el conflicto interno colombiano son hitos históricos que han puesto de manifiesto grandes fallos de la época contemporánea: el fracaso de un modelo económico basado en la apertura desmesurada, la inoperancia de una propuesta política incapaz de generar o consolidar una democracia plena, la ausencia de un Estado con capacidad para preservar las leyes, los derechos y las obligaciones básicas de la ciudadanía así como la existencia de cotos de poder basados en la corrupción y el crimen en favor de intereses minoritarios o foráneos. Todo ello se tradujo en escenarios de malestar social y de confrontación constante, de negación de la autoridad y de ausencia de estado de derecho. Los últimos años del conflicto colombiano y la persecución de las drogas en México suponen su existencia en un mundo de grandes cambios y transformaciones socioculturales que han puesto de manifiesto los peligros de la intervención, la represión y la confrontación bélica en lugar de los acuerdos y las negociaciones.

La construcción discursiva de un conflicto, muchas veces supone que este debe ser socialmente legitimado, políticamente justificado y moralmente necesario. Así, para las sociedades, las guerras parecieran tener cierta función social que se inserta en una lógica de unificación de intereses, vinculación de los objetivos y necesidad de dibujar enemigos públicos y comunes. De esta manera; la instalación de un enemigo que es y representa un depositario colectivo de repudio sirve para la cohesión y unificación de grandes masas azuzadas. Aquí un argumento de Fernando Gallego que puede brindar luces en este sentido:

“La perspectiva metafórica o la analogía de la argumentación como extensión de la guerra se ha relacionado también como la concepción de juegos de competencia, de tal manera que se sustituyen los efectos reales de la misma. En los juegos de guerra, el simulacro encubre las crueldades de la  misma. Tiene que ver esto con la idea de que jugar es un tipo de “actividad educativa”, que, como ejercicio, nos prepara para la vida real.”2

La construcción de esos enemigos públicos puede darse a través de la dicotomización y la reducción. Dicotomizar, es decir dividir en dos partes, supone una función del discurso de guerra, en el cual se presentan regularmente dos grupos en pugna; buenos contra malos. Somos una sociedad, pero no todos somos iguales: ellos, los que están afuera, los otros, aquellos, son diferentes a nosotros. Representan lo que no somos ni lo que aspiramos ser, han renegado de lo que nosotros mismos somos, ellos son los que están afuera, al margen, a la orilla. Los no vistos y los no escuchados, los negados, los malos en fin. Reducir, porque el conflicto, en todas sus estructuras, formas y alcances pareciera ser siempre reductible a la misma fórmula: “ellos están mal, nosotros estamos bien”. En este sentido, resulta importante definir cuál es el verdadero sentido que ha cobrado la violencia en estos países y preguntar si la estrategia ha sido la correcta:

“En todas las guerras el azar y la casualidad juegan un papel, a veces en contra y a veces a favor. En toda guerra se ganan y se pierden batallas, pero a la larga, lo que determina el resultado es quién tiene la iniciativa estratégica y quién está golpeando la moral, las fuerzas y los medios materiales de su contrario (…) La regla básica en toda guerra es que el acoso y la presión sobre un enemigo conducen a éste a la desesperación, al error e incluso al terrorismo.”3

En 2006, unas semanas después de asumir el cargo de presidente de México, tras un proceso electoral profundamente cuestionado y la especulación generalizada de un fraude electoral, el gobierno de Felipe Calderón decide declarar una guerra a  los grupos del crimen organizado mexicanos. En uno de sus primeros discursos de gobierno mencionaba que el Estado en México no podía permitir que una bandada de criminales y bandoleros secuestren, extorsionen y aterroricen al país. Que el gobierno mexicano declararía una guerra sin cuartel a todos aquellos enemigos de paz pública y el bienestar de las familias. En este sentido, una reflexión del especialista mexicano Guillermo Pereyra señala que:

“El discurso oficial no oculta la importancia vital de la violencia y diversos funcionarios han insistido en que su aumento no es sólo un efecto inevitable del conflicto, sino la señal de un progreso sostenido en la lucha contra el narcotráfico. Los golpes que sufren los cárteles indican victorias parciales más que definitivas y el uso siempre redoblado de la violencia es una idea presente en la mayoría de los discursos de Calderón.”4

Interesantes imágenes retóricas las que aludía en ese tiempo Calderón: las familias que viven en armonía y los grupos de bandoleros terroristas que son enemigos de las mismas. Los que atentan contra “nuestra paz”, son aquellos que se encuentran al margen de “nuestra ley”, y a ellos hay que declararles la guerra sin cuartel. Aquí el peligro mismo del discurso. Hablar de un estado que tiene la obligación de actuar con mano dura frente a esos grupos, un estado que tiene y debe mantener a toda costa el “monopolio legítimo de la violencia”, pero que en su tiempo fue absolutamente incapaz de prevenir, revertir o sencillamente paliar la exclusión social, la pobreza y la falta de oportunidades de todos esos grupos que hoy constituyen el crimen organizado en México.

"En un caso semejante, durante el año 2009, el expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez se refería así a los integrantes de las FARC, con quienes el Estado colombiano mantiene un conflicto armado desde hace más de cinco décadas: “el gobierno colombiano no se puede permitir estar pendiente de los caprichos de los terroristas y bandidos que bañan en sangre a este país y que todos los días quieren engañarlo. Es la hora de tener mucha firmeza para avanzar en el rescate militar de los secuestrados, de Colombia, y en la derrota de estos bandidos.”5 

De nuevo, la construcción del enemigo en común, del que está al margen de la ley y que resulta un receptáculo de las peores amenazas y la estabilidad interna recibe, discurso que es socialmente aceptado y reproducido. Al caso:

“Ambas reacciones implican mecanismos argumentales: hacer y decir lo que hacen y dicen los demás, y hacer y decir lo opuesto a lo que los otros hacen y dicen. Los cambios determinantes entre los agentes del conflicto y sus estrategias tienen la forma de columnas espirales de ciclos irregulares donde lo mismo puede volver a suceder con otros matices.”6

Hoy día, el discurso ha cambiado. Con la alternancia política en Colombia, la proyección del conflicto ha cambiado. El discurso sufrió un giro importante, pero no por ello menos inquietante. El discurso de paz, esconde también un paradigma nuevo y complejo. La paz y el discurso pacifista inundan hoy toda la vida pública colombiana, existe una iniciativa políticamente recurrente, echada a andar por las diversas administraciones públicas en Colombia por consolidar un escenario de paz y conciliación que es históricamente necesaria, pero discursivamente tramposa, este es que la paz para Colombia debe significar más que un escenario de armisticio. Paz debería ser un momento de reivindicación, reforma y reinserción de las grandes masas sociales excluidas y azotadas por la violencia. Recordemos, pues, que el Estado, siendo el máximo agente de la vida pública, es también el máximo responsable y primer involucrado en las diatribas a la sociedad civil que se hayan cometido durante este periodo de guerra a “baja escala”.

Que el gobierno en Colombia asuma que es momento para la paz, significa que asuma sus responsabilidades cometidas en las masacres, saqueos, secuestros, ataques y atentados. Supone también que se siente en el banquillo de la justicia a todos aquellos que por acto o por omisión sean culpables, supone la reivindicación de víctimas y la reinstauración, la reforma social amplia y profunda que saque del marasmo y el atraso social a los miles y miles de colombianos que han vivido así, a merced de las oleadas criminales, las carencias, la falta de derechos, la pobreza y la miseria. La paz, como un armisticio último, es una entelequia discursiva, que podría resultar políticamente rentable, pero socialmente ineficiente si no se combina con todo un programa profundo de reconstrucción de la sociedad civil tan lastimada durante las décadas del conflicto. A la par, el uso y gestión de la información y las formas en las que esta se distribuye hacen pensar en el papel que los medios de comunicación juegan en estos procesos. Para el caso colombiano:

“Una información parcializada, que destaque sólo los aspectos negativos de una realidad, que no contrastes fuentes ni verifique los datos, puede causar tropiezos al proceso de paz que se ha iniciado con la desmovilización de los grupos armados al margen de la ley, y su reinserción a la sociedad, ya que muchos de los combatientes que están pensando en regresar a la vida civil podrían desistir ante la idea del rechazo social y la falta de oportunidades.”7

Para el caso mexicano, ocurre un fenómeno totalmente distinto. Episodios como los de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en septiembre del 2014, ponen de manifiesto que el conflicto interno, aunque no declarado, ha tenido terribles repercusiones sobre la vida pública y la paz civil en México. Así mismo, el conflicto por la persecución de las drogas y la derrota de los grupos del crimen organizado ha elaborado un discurso político de criminalización de la sociedad y la protesta civil, toda vez que han sido luchadores y dirigentes sociales los que han sido supuestas “víctimas colaterales” del conflicto. La agenda del combate a las drogas durante los últimos años en México ha tenido lugar a la par de una retórica oficial que criminaliza, penaliza e incluso sataniza a los grupos que actúan al margen de la ley. De nuevo un discurso que se contradice: “son ellos los que nos vulneran, pero somos nosotros los que lo permitimos”. Porque resulta históricamente plausible el hecho de que el narcotráfico y el crimen organizado no sean fenómenos especialmente nuevos, sino que la iniciativa de confrontación y choque planteada por las últimas administraciones federales ha resultado en una oleada de violencia sin precedentes. De tal suerte, podríamos decir que han fracasado en promover y echar a andar una política que es intrínsecamente violenta, han ideologizado un fenómeno social que es complejo y que involucra factores profundos estructurales como la pobreza, la marginación social, la economía de la droga, el atraso o la falta de educación. Son todos estos acicates del crimen y la informalidad, mismos que han convivido con un estado incapaz de generar condiciones para combatirlos o prevenirlos.

Por último, podríamos decir que estos conflictos internos representan fenómenos que de ninguna manera son naturales en sí mismos, sino que se encuentran inmersos en un plano ideológico que permite que se articulen de determinadas formas.

“La acción tiene tres aspectos, el físico, el cognitivo y el cultural, productos de formas de relación, ideologías o acumulados socioculturales de los individuos o comunidades, que permiten reconocer sus orígenes y propósitos.”8

Estos planos ideológicos son recuperados por el discurso con el que se aborda el tema del conflicto, discurso que se encuentra  lleno de factores condicionantes como son intereses particulares, necesidades políticas, momentos históricos o requerimientos sistemáticos de un régimen o sociedad.

Por ello, es prudente que un examen sobre los mismos dé cuenta de esos factores de influencia a la hora de realizar evaluaciones sobre lo que se dice o no en un conflicto. Se trata pues de desnaturalizar lo que se dice, pues se encuentra también lleno de cargas y connotaciones. A su vez, diríamos que resulta beneficioso que sea la propia sociedad civil la que enarbole y eche a andar iniciativas encaminadas a la construcción de la paz, mismas que podrían resultar mucho más genuinas que aquellas que encabezan grupos y cotos políticos. Además, estas iniciativas que pudieran provenir, diciéndolo de esta forma, “desde abajo”, bien podrían responder de mejor forma a las necesidades específicas de cada región y grupo social, contribuyendo de una mejor manera a la consolidación de un escenario de paz y armonía social tan necesaria hoy en día en países como México y Colombia. Construir un discurso que incluya, pero que no resulte maniqueo, supone la puesta en marcha de planes y políticas que busquen combatir los verdaderos factores de la criminalidad y la subversión, aprendiendo de las experiencias pasadas y asumiendo responsabilidades actuales que la paz exige.

Citas 

1 Foucault, Michel. (1970) El Orden del Discurso. (Pág. 9) Tusquets Editores. Buenos Aires, 1992.
2 Estrada, Gallego Fernando. (2004) Las metáforas de una Guerra Perpetua. Estudios sobre pragmática en el conflicto armado colombiano. (Pág. 96) Fondo Editorial Universidad EAFIT. Colombia.
3 Villalobos, Joaquín. (2010) Doce mitos sobre la Guerra contra el Narco. Revista Nexos. (Enero 2010) México.
4 Pereyra, Guillermo. (2012) México. Violencia criminal y “guerra contra el narcotráfico”. (Pág. 448) Revista Méxicana de Sociología. No.3 (julio-septiembre 2012) Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales UNAM, 2012.
5 Uribe, Álvaro (2009), Uribe ordena rescate militar de gobernador del Caquetá y los demás secuestrados por las Farc, en http://www.radiosantafe.com/2009/12/22/uribe-ordena-rescate-militar-de-gobernador-del-caqueta-y-los-demas-secuestrados-por-las-farc/
6 Gallego, Fernando. Op Cit. (Pág. 28)
7 Gutiérrez Coba, Liliana. (2007) La prensa como creadora de estereotipos sobre los reinsertados y el Proceso de Paz en Colombia. Revista Palabra Clave, Volúmen 10 No.2 (Diciembre del 2007) Bogotá, Colombia.
8 Mantilla, González Victoria Elena. Discursos sobre la Guerra en Colombia. Revista Comunicación y Ciudadanía. (Enero-Junio 2013) Colombia.

Iván Alexis González Casas
Licenciatura en Sociología
Universidad Autónoma Metropolitana

Referencias 

Foucault, Michel. El Orden del Discurso. Tusquets Editores. 1992, Argentina.

Estrada, Gallego Fernando.  Las metáforas de una Guerra Perpetua. Estudios sobre pragmática en el conflicto armado colombiano.  2004 Fondo Editorial Universidad EAFIT, Colombia.

Villalobos, Joaquín. Doce mitos sobre la Guerra contra el Narco. Revista Nexos. 2010, México.

Pereyra, Guillermo. México. Violencia criminal y “guerra contra el narcotráfico”.  Revista Mexicana de Sociología. No.3 (julio-septiembre 2012) Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales UNAM, 2012, México.

Gutiérrez Coba, Liliana. La prensa como creadora de estereotipos sobre los reinsertados y el Proceso de Paz en Colombia. Revista Palabra Clave, Volumen 10 No.2 (Diciembre del 2007), Colombia.

Mantilla, González Victoria Elena. Discursos sobre la Guerra en Colombia. Revista Comunicación y Ciudadanía. (Enero-Junio 2013) Colombia.

 

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea) septiembre 2016 No. 1

 

 

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