Nathaly Quintero Meza*
Cuando se habla de Colombia es común reconocerlo por ser hasta hace poco, “el país más feliz del mundo”, un cliché que para muchos representaba un atributo insignia en el exterior vendiendo una imagen de un país que, a pesar de ser tercermundista se destaca por aspectos como su fauna, su flora, el significado cultural proporcionado por diversas comunidades a lo largo del país, y claro; su riqueza en recursos naturales que durante años ha brindado apoyo a empresas interesadas en saquear estos mismos generando daños irreversibles a nivel ambiental, cultural e incluso humano.